lunes, 11 de octubre de 2010

LA SOGA Y ALREDEDORES por Fernando Quíspez Asín Roca


[Fernando Quíspez Asín Roca (Lima, 1927-1962) demostró no solo destreza literaria y militancia para con el movimiento surrealista internacional. Se autoproclamó como “poeta surrealista”, tal como aparece en la biografía en su libro “Paisajes para una emperatriz”:
“Nació en Lima, el 14 de marzo de 1927. Murió el 4 de agosto de 1962. Fueron sus padres Jesús Quíspez Asín y Agustina T. Roca. Cursó estudios superiores en la Facultad de Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista de vocación, colaboró en diferentes periódicos y revistas de la capital. Espíritu sutil, conversador brillante, poeta surrealista y de estirpe de artistas. Fue sobrino de Alfredo Quíspez Asín “César Moro”, célebre poeta surrealista y de Carlos Quíspez Asín, pintor de renombre”.
Formó parte de “la conspiración del silencio” como llamó Felipe Buendía a esa “rebeldía”, saludada por él en algunos de sus artículos periodísticos de esa época. Ad perpétuam, adherido a ese estado de “plenitud existencial” que animó también a otros poetas surrealistas (luego del regreso a Lima, y de la experiencia vertible protagonizada en París y en México por César Moro) entre los que se encontraban: E. A. Wespthalen, Augusto Lunel, Rafael Méndez Dorich, y el enigmático Rodolfo Milla. Sumaban a esta “la conspiración del silencio”, esa complacencia, también agitadora, de otros poetas para-surrealistas como Carlos Germán Belli, y Francisco Bendezú, y con la complicidad expresada desde el auto-exilio europeo de otros poetas vanguardistas como Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, y Jorge Eduardo Eielson, tan deliberativos y difíciles para encasillarlos en este conferido movimiento ecléctico, e incluso tenemos que incluir aquí en esta protesta, que vale también, para este desarraigo, la actitud iconoclasta de Sebastián Salazar Bondy.
A todos ellos, exaltados y apasionados poetas, les unía una expectativa muy sincera por una nueva moralidad -en ese instante- y por la plenitud de otra revuelta literaria, y aunque la crítica de académicos gacetilleros, a algunos de ellos, los llamaban “puros”, estaban también juntos con los otros poetas llamados “sociales”, que pedían a gritos un cambio verdadero en la poesía peruana. Toda poesía es “pura” y es “social” a la vez, por lo tanto, la polémica fue un asunto vano, y no sirvió para nada, salvo para ciertos “escándalos literarios limeños”.
Todavía el diez de enero del 1965, nueve años después de la muerte de César Moro, nadie se había atrevido a una valoración fidedigna de la obra de Moro. Se queja E. A. Westphalen, de esta indiferente falta de reconocimiento al accionar del movimiento surrealista en Lima, que todavía vibraba y agitaba en los años sesenta. La poesía de Fernando Quíspez Asín Roca es todavía, cuanto prevalece, esta protesta surrealista: un escándalo tardío, la búsqueda de cierta “revolución” existencial, que de alguna manera los surrealistas peruanos lograron agitar y sopesar, en contra de esa apatía localista, provinciana y mediocre, que envolvía toda la vida cultural limeña. Fue, sin lugar a dudas “Un Voto Más En Contra” dentro de esa Lima quimérica, contra la Arcadia Colonial.
Siempre a favor de ese “Voto En Contra” y de rechazo a la aberración nostálgica, pasadista y colonialista que los surrealistas peruanos lanzaron -con mucha simpatía- su vigorosa actitud de apostar por una nueva revuelta literaria. O, por cierto desplante, este reclamado estratagema: invadidos por un cambio de actitud auspiciado por el surrealismo internacional, o como un singular destello para azorar el ambiente con las diversas manifestaciones y actitudes diletantes de su movimiento literario en Lima. Era “Un Voto En Contra” de rechazo, en oposición, a ese aspecto mortuorio de aquella vida literaria de entonces, que coincide con Sebastián Salazar Bondy, con aquella apertura en “Lima La Horrible”, como un verdadero juicio final, un ajuste de cuentas.
Allí –a excerta y a transverso, de detalles que no vienen al caso para escudriñar sobre la escatimosa estética y la vertiginosa esencia surrealista de esta "esciente" propuesta literaria- en “Paisajes para una emperatriz”, se nos remite -sin ningún exclusive- hacia una atmósfera de una exégesis verdadera por el surrealismo, y también, hacia una particular resistencia existencial -casi xerófaga- del poeta frente al marasmo cultural limeño.
Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de nuestros más destacados poetas surrealistas peruanos, perteneció a ese bullicio literario limeño por “el cadáver exquisito”, por “la escritura automática”, por “el disparate puro” y por “la irrupción de la imaginación moderna”, pero con una inédita expresión poética, muy personal, y brillante.

Extraído del blog Imaginario transeúnte]



Ingrato sugieres perros que roen huesos de palomas
sobre kimonos de terciopelo negro
extraño parecido el péndulo y la hormiga

hay que amputar los reflejos de la cortina
o en su defecto observar por el perfil de la cerradura
una mujer hecha de una cortina y un hombre frente
a ella recrudeciendo al calor

ya viene el amor ya viene
pero hay que secarse antes del baño

un juego de dados contra el infinito
el cubilete un recipiente de basura adorada
la hondura de la vida se mide elevando los ojos
a la sombra de una ola mientras la mano que recorre a ciegas grita al amor
y la fuerza secuaz de la memoria
recuerda la tibia túnica
tus dádivas salvajes sobre el desolado corazón
balanza para pesar eclipses

la cuestión del día que uno toma como un acontecimiento
estribaciones del sexo dilema del símbolo
el parto del molino no denotan mayor cambio
cubre amorosamente sus desgarradas garras
la carroña tras la quemadura de la miel
los planos interiores circundados de púas
y el escorpión que roe tu silueta
la mirada del sueño
pone una O en los relojes
lámpara llave hoja ardiente sobre una pradera de cristal
y un arco iris acoge la llegada
como eterno calendario que pende de los labios



"Invasión de la noche" de Roberto Matta