martes, 16 de noviembre de 2010

EL LLANTO SUBTERRÁNEO por Emilio Prados


[Emilio Prados Such. (Málaga, 4 de marzo de 1899 - México, 24 de abril de 1962), poeta español de la Generación del 27. Sus primeros quince años transcurren en Málaga, donde asiste al Instituto de enseñanza secundaria. En 1914, obtiene una plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En este internado conoce a Juan Ramón Jiménez, uno de los asiduos invitados y quien, junto con la afición a los libros inculcada por su abuelo Miguel Such y Such en su infancia, determinaría su inclinación hacia la poesía. En 1918 se incorpora al grupo universitario de la Residencia, centro que se convierte en punto convergente de las ideas vanguardistas e intelectuales de Europa, así como en un foro de diálogo permanente entre ciencias y artes. En este fecundo caldo de cultivo se forma la Generación del 27 y es aquí, donde Prados entabla amistad con el círculo que forman Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí. En 1921, el agravamiento de la enfermedad pulmonar que padece desde su infancia le obliga a ingresar en el sanatorio de Davosplatz (Suiza) donde pasará la mayor parte del año. En esa reclusión terapéutica, Emilio Prados comenzará a descubrir los autores más sobresalientes de la literatura europea y a consolidar su vocación de escritor. Tras este paréntesis, en 1922, reanuda su formación académica asistiendo a cursos en las universidades de Friburgo y Berlín; visita museos y galerías de arte de las principales ciudades alemanas y conoce a Picasso y a diversos pintores españoles en París. En el verano de 1924 regresa a su ciudad natal, donde continúa su actividad como escritor y funda, junto a Manuel Altolaguirre, la revista Litoral, el hito más renovador de la cultura española de los años 20, en cuyas páginas refleja el diálogo entre poesía, música y pintura del que bebió en la Residencia de Estudiantes, logrando reunir bajo un único código creativo a figuras tan relevantes como: Jorge Guillén, Moreno Villa, Manuel de Falla, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ángeles Ortiz o Federico García Lorca entre otros. En 1925 inicia su actividad como editor de la imprenta Sur, en la que trabaja también junto a Altolaguirre. De estos talleres saldrán publicados gran parte de los títulos de la poesía del 27. El esmerado trabajo de edición que realizan ambos poetas les procura prestigio internacional. Paralelamente a sus actividades creadoras, su compromiso social se va decantando en un progresivo interés hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Es en plena II República, en 1934, cuando su acercamiento a la izquierda se muestra explícitamente. El clima de violencia que impera en Málaga al estallar la guerra le hace trasladarse a Madrid y allí entrará a formar parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Colabora en tareas humanitarias, ayuda en la organización del II Congreso Internacional de Escritores y en la edición de varios libros: Homenaje al poeta Federico García Lorca y Romancero general de la guerra de España, al tiempo que se publican varias de sus obras. Recibe el Premio Nacional de Literatura por la recopilación de su poesía de guerra, Destino fiel en 1938. Poco después se instala en Barcelona para encargarse, junto con Altolaguirre otra vez, de las “Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública”. Pero la situación es ya insostenible en la España de comienzos de 1939 para un republicano, por lo que decide marcharse a París y el 6 de mayo parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte.

(Extraido de Wikipedia)]


I
Junto al mar ese manto que la luz origina
y que el aire repliega como a su dura arena en un costado;
donde los hombres miran y mueren contra el vino
y las cabezas de los niños lloran
y los ojos de los pescados lloran
y los cabellos de las mujeres se tienden en silencio hasta las nubes:
no puedo no cantar como esas aves
que desconocen la quietud de la harina
y andan sobre la nieve
sobre sábanas largas mientras la luna sube rectamente.
Yo he visto he visto a veces
cernerse un ancho pájaro en la bruma:
hoy no puedo cantar como esas aves.
No puedo, no, cantar: ando en patios humildes,
ando en ropa nocturna,
ando en seres que velan sus rebaños o el ansia de otros muertos.
Ando en los secos odres que la luna dormita
y en los altos cipreses que arrastran sus cadenas y engrandecen su marcha bajo los anchos puentes:
bajo los anchos puentes donde duele la vida
y los hombres se acercan a morir en silencio
uno a uno, millones desde los cuatro olvidos,
desde los cuatro mares que los pescados lloran.
Unos, largos maullidos que empañan los cristales
y enormes avestruces
y húmedas arpilleras
o blancas cicatrices como largos caminos
y negras fajas como ríos donde duermen barajas y las manos cortan.
Unos, medias palomas que arrastran por los huertos
las hojas de su muerte y el dolor del viaje
y el dolor de las balas que los perros devoran
allá junto a un costado de llamas en peligro.
Unos, lana dejada que desmorona enloquecida sus balidos
entre rubios espartos o iracundas pestañas.
Unos, lacias estrellas
y manos machacadas como balanzas diminutas,
como pequeños pájaros redondos que hieren, hieren, hieren por la sangre que horadan:
esa sangre que grita y atraviesa las cercas de la sal y la hondura y sus
fuertes delfines:
esos gritos que elevan sin latón gaviotas,
que enhebran los cabellos del vino con los peces
mientras cuelga la luna como un grueso pescado
donde juegan los dedos a un dominó sin ojos ni futuras monedas
y canciones de espinas que se olvidan del aire.
Unos, enormes girasoles
y entre las sienes máquinas
y plomo o cirios que se funden y andan,
avanzan y se paran de pronto como una fiebre o puerta:
un goterón que mira y duele,
que enrojece sus bordes y abandona:
un tracoma que escuece sobre casas humildes que huelen como arañas entre blandas palmeras y flautas que se pudren.
Unos, llevan cigarras
y les siguen palomas y lombrices y niños
y pequeñas banderas
y estampas como luces
o el rumor de las ruedas y el barro del aceite:
estos no son campanas ni hormigas ni amapolas:
huelen a barro y a tristeza
a mujer y a vinagre
a caña verde que se mece
y a cuerpo o piedra que se hunde lentamente en el agua.
Bajo los anchos puentes donde duele la vida
llegan, llegan luciérnagas y pesadas maromas:
allí los muslos obedecen sin temblor y sin gozo
a la sombra en que escupen y al rumor de la espuma:
allí los hombres se ennegrecen
y las caras se olvidan:
uno a uno, millones desde los cuatro vientos,
se acercan los navíos para morir bajo los puentes.
Son otro peso errante sobre la inmensa Tierra,
otra apesadumbrada voluntad que camina,
otros cuerpos que cuelgan de las pesadas rocas,
otro canto desnudo,
otro crimen reciente.
¡Así gimen las olas! ¡Así gimen las olas!
¡Oh sed, sed de los montes y de las altas nubes!
¡sed de cobre y escama!
¡sed de las amplias frentes en que el hombre navega:
de esas bandejas rápidas que ruedan como lunas
y terminan de pronto en un bolsillo diminuto!
Junto al mar, ese canto que el silencio origina,
donde los niños lloran
y las cabezas de los hombres miran y mueren contra el vino,
yo he visto, yo he visto a veces cernerse un ancho pájaro en la bruma
como bajo los puentes hoy los ápteros brazos de los viejos obreros.
Como el llanto en la tierra,
como las voces en la lluvia,
hoy no puedo cantar como esas aves.
¿Cómo podré, cómo podré crecer sin manos
bajo las filtraciones dolorosas de esta angustiada arena?
Como yo reconozco la amplitud de la harina
junto a mi piel se pudren un caracol y un mundo.

II
Yo pertenezco a esos anchos caminos donde los árboles se cuentan;
a ese olor que el estambre abandona en sus ruedas hilo a hilo que canta.
Me muevo entre mis brazos porque mi rostro solo no lo encuentro
en la miel gota a gota como el ganado que trashuma.
Canto, canto en la lana de los estanques
y en la paz de esos bosques que se ignoran;
canto como la luna resbala por las piedras,
entre las multitudes herrumbrosas que acampan junto a un río.
Canto, canto bajo la inmensa noche
bajo esta inmensa lata que atiranta la arena:
“Si yo pudiera un día tan sólo,
como esta razón que mi genio anima,
abrir de par en par las puertas
de mi cuerpo y las granjas...”
Yo pertenezco al fondo de esas viejas lagunas
de esos hombres que marchan sin conocerse sobre el mundo;
a esos largos racimos que duelen contra el cáñamo,
que abandonan sus nombres como las hojas del aceite.
Yo pertenezco a ese pez que resiste como la nieve cae, como la nieve cae;
a esas aguas durísimas que se alejan cantando
y que un día amanecen junto a la orilla erectas.“Si yo pudiera como esos seres del olvido que pasan y repasan su soledad bajo la luna, dejar sobre la nieve todo el ardor del ansia que circunda mi frente...”
Canto, canto como pieles remotas sin sal y sin alumbre:
canto bajo la inmensa noche azul allá en el norte.
Yo pertenezco a esas largas llanuras que resuenan sin viento y permanecen;
a esos antiguos pozos olvidados donde unos ojos miden el albor de sus huesos.
Canto, canto el ronco mugido de los bisontes que galopan cerca ya de la pampa:“Si yo pudiera un día abandonar sobre este ardor lejano, como un blanco navío, el altísimo témpano que apuñala mi angustia...”
Hay gotas de una lluvia que no encuentran, perdidas, los roces de su cielo
y hay pájaros que olvidan la plenitud de la distancia en que han sido engendrados.
Yo pertenezco a esos hombres que mueren.
Vivo aquí entre mis brazos, porque no encuentro el límite que los separa.
Canto, canto a la sombra de los más anchos ríos;
canto bajo la luz difusa de los puentes:“Si yo pudiera un día, un día tan sólo, abandonar sobre la tierra enteramente estos bueyes que hoy labran los bordes de mi sueño..."

"La rosa y el velocípedo" por José Caballero

lunes, 8 de noviembre de 2010

EL MONSTRUO VERDE por Gerárd de Nerval


[Pseudónimo de Gérard Labrunie, poeta y ensayista francés nacido en Paris en 1808. Huérfano desde muy pequeño, su infancia transcurrió en la campo de Valois al cuidado de su tío abuelo. Enviado a Paris desde 1814, estudió en el colegio Carlomagno donde se apasionó por la literatura alemana, especialmente por Goethe, de quien fue un excelente traductor. Su obra "Aurelia" de 1855, puede considerarse como el punto de partida de la poesía surrealista. Entre otras de sus obras figuran, "Viaje al Oriente" en 1851, "Les Illuminés, ou les precurseurs du socialisme" en 1852 y "Las Quimeras" en 1854. Aunque los últimos años de su vida fueron los más productivos, sufrió graves trastornos mentales que lo obligaron a permanecer por temporadas en hospitales psiquiátricos. Finalmente, agobiado por las deudas y la enfermedad mental, se suicidó en Paris en 1855.
Extraído de A media voz.]

1- El Castillo del diablo

Voy a hablarles de uno de los más viejos habitantes de París: se llamó en otro tiempo el diablo Vauvert.
De ahí surgió el proverbio: "¡Eso es en lo del diablo Vauvert! ¡Váyase al demonio Vauvert!" Es decir: Váyase… a pasear por los Champú-Elysées".
Los porteros dicen generalmente: "Está por lo del diablo verde", para expresar un lugar muy lejano. Esto significa que es necesario pagar muy cara la comisión que se les encarga. Pero es por otro lado, una frase viciosa y corrompida, como tantas otras familiares al pueblo parisino.
El diablo Vauvert (*) es esencialmente un habitante de París que perdura desde hace siglos, si uno cree en los historiadores. Sauval, Félibien, Sainte-Froix y Dulaure han contado largamente sus escapadas. (**)
Parece que en un principio habitó en el castillo de Vauvert que estaba situado en el lugar ocupado actualmente por el alegre baile de la cartuja, en el extremo del Luxembourg y frente a l´Observatoire, en la rue de l´Enfer.
Este castillo, de triste renombre, fue demolido en parte y las ruinas se convirtieron en una dependencia del convento de los cartujos en la que murió en 1414 Jean de la Lune sobrino del antipapa Benedicto XIII. Jean de la Lunes fue sospechoso de haber tenido relaciones con cierto diablo, que podría haber sido el espíritu familiar del viejo castillo de Vauvert, ya que, como se sabe, cada uno de esos edificios feudales tenía su diablo.
Los historiadores no nos han dejado nada preciso sobre esta fase interesante.
El diablo Vauvert da que hablara nuevamente en la época de Luis XIII.
Durante mucho tiempo se había oído, todas las noches, un gran ruido en una casa hecha con los restos del antiguo convento, cuyos propietarios estaban ausentes desde hacía años, cosa que asustaba mucho a los vecinos.
Avisaron al lugarteniente de policía, que envió varios guardias.
¡Cuál no sería la sorpresa de estos militares al escuchar el tintineo de los vasos mezclados a risas estridentes!
Al principio se creyó que se trataba de monederos falsos entregados a una orgía, y calculando su número por la intensidad del ruido, decidieron buscar refuerzos.
Pero juzgaron, aun entonces, que el escuadrón no era suficiente: ningún sargento se animó a llevar sus hombres a esa morada, donde parecía que había el bochinche de todo un ejército.
Un cuerpo de tropas suficientes llegó finalmente a la mañana: penetraron en la casa. No encontraron nada.
El sol disipó las sombras.
Durante todo el día se hicieron búsquedas, pues se pensó que el ruido provenía de las catacumbas, situadas, como se sabe, bajo ese barrio. Se preparaban para entrar en ellas, pero, mientras la policía tomaba sus disposiciones, la noche volvió nuevamente y el ruido recomenzó más fuerte que nunca.
Esta vez nadie se atrevió a bajar, porque era evidente que en la bodega no había más que botellas y que por lo tanto, era el diablo quién las hacía bailar.
Se contentaron con ocupar los accesos de la calle y pedir al clero que obrase.
El clero hizo una cantidad de oraciones, e incluso se echó agua recién bendecida, por medio de una jeringa, sobre la banderola de la bodega.
El ruido persistió siempre.
2 - El sargento


Durante toda la semana la muchedumbre de parisinos no cesó de obstruir la entrada del barrio, asustándose y pidiendo noticias.
Finalmente un sargento de la prefectura, más audaz que los otros se ofreció para entrar en la bodega, siempre que le concedieran una pensión que podía ser transferida, en caso de muerte, a una costurera de nombre Margot.
Era un hombre corajudo y más enamorado que crédulo. Adoraba a la costurera que era una persona bien provista y muy económica, casi se podría decir un poco avara, y que no había querido casarse con un simple sargento desprovisto de fortuna.
Pero, ganando la pensión, el sargento se convertía en otro hombre.
Envalentonado por esta perspectiva, él proclamó "que no creía ni en Dios ni el Diablo y que averiguaría qué era ese ruido".
- ¿En qué cree usted, pues? - le preguntó uno de sus compañeros.
- Creo -contestó él- en el señor fiscal y en el prefecto de París.

Era decir mucho en pocas palabras.
Apretó el sable entre los dientes, tomó una pistola en cada mano y se lanzó por la escalera.
El espectáculo más extraordinario lo esperaba al pisar la bodega.
Todas las botellas se entregaban a una zarabanda desenfrenada y formaban figuras muy graciosas.
Las de etiqueta verde representaban a los hombres, y las rojas a las mujeres.
Había también una orquesta dispuesta sobre las estanterías de las botellas.
Las vacías sonaban como instrumentos de viento, las botellas rotas como címbalos y triángulos, y las botellas llenas daban algo así como la armonía penetrante de los violines.
El sargento, que había tomado algunos tragos antes de emprender la expedición, al ver sólo botellas, se sintió muy tranquilizado y se puso a bailar él también, imitándolas.
Después, poco a poco, animado por la alegría y el encanto del espectáculo, agarró una amable botella de cuello largo, un burdeos claro, según parecía, cuidadosamente sellada en rojo y la apretó amorosamente contra su corazón.
Risas frenéticas partieron de todos lados: el sargento, intrigado, dejó caer la botella que se hizo añicos contra el suelo.
La danza se interrumpió, gritos de terror se hicieron oír en todos los rincones de la bodega, y el sargento sintió que el pelo se le ponía de punta al ver el vino derramado que parecía formar un charco de sangre.
El cuerpo de una mujer desnuda, cuyos cabellos rubios se extendieron por el suelo y se empaparon en la humedad rojiza, estaba tendido a sus pies.
El sargento no hubiera tenido miedo al diablo en persona, pero esta visión lo llenó de horror; pero, pensando que de todos modos, tenía que dar cuenta de su misión, se apoderó de una botella con sello verde que parecía juguetear ante él y gritó:
-¡Por lo menos tendré una!
Una inmensa carcajada le respondió.
Entretanto había vuelto a la escalera y, mostrando la botella a sus camaradas, gritó:
-¡Aquí está el diablito!... ¡Ustedes son unos capados (dijo una palabra mucho más fuerte) por no haberse atrevido a bajar!
Su ironía era amarga. Los guardias se precipitaron en la bodega donde sólo encontraron una botella de Burdeos, rota. El resto estaba en su lugar.
Los guardias deploraron la suerte de la botella rota; pero corajudos como eran todos se largaron a subir con una botella en la mano.
Se les permitía beberlas.
El sargento de la prefectura dijo:
-En cuanto a mí, guardaré la mía para el día de mi casamiento.
No se le pudo rehusar la pensión prometida y se casó con la costurera, y …
¿Creen ustedes que tuvieron muchos niños?
No tuvieron más que uno.
3 - Lo que siguió


En el día de la boda que tuvo lugar en la Rapee, el sargento puso la famosa botella de etiqueta verde entre él y su esposa y sólo permitió que ellos dos bebieran de ese vino.
La botella era verde sepulcral, el vino era rojo como sangre.
Nueve meses después la costurera dio a luz un pequeño monstruo totalmente verde, con dos cuernos rojos en la frente.
¡Y ahora, vayan muchachas…, vayan a bailar a la Cartuja…, sobre el emplazamiento del castillo Vauvert!
De todos modos el niño creció, si no en virtud, por lo menos en tamaño. Dos cosas contrariaban a sus padres: su color verde y un apéndice caudal que recordaba en principio una prolongación del coxis, pero que, si se lo observaba bien, parecía una verdadera cola.
Se consultaron a los sabios, quienes afirmaron que era imposible operar y extirparla sin comprometer la vida del niño. Estuvieron de acuerdo en que era un caso raro pero había ejemplos citados por Herodoto y por Plinio el Joven. No se preveía aún el sistema de Fournier.
En lo que se refiere al color, se lo atribuyó a un predominio del sistema biliar. De todos modos se ensayaron varios cáusticos para atenuar el matiz muy pronunciado de la epidermis y se llegó, después de una cantidad de lociones y fricciones a conseguir un verde botella, después un verde agua, y finalmente un verde manzana. En ningún momento la piel llegó a parecer blanca, y a la noche recuperaba su tono.
El sargento y la costurera no podían consolarse de la pena que les daba el pequeño monstruo, que cada vez se volvía más terco, colérico y malicioso.
La melancolía que experimentaban los condujo a un vicio común entre la gente de su clase: se entregaron a la bebida.
Pero el sargento no quería beber más que el vino de etiqueta roja, y su mujer sólo el de etiqueta verde.
Cada vez que el sargento caía como muerto de borracho, veía en sus sueños a la mujer ensangrentada cuya aparición lo había espantado en la bodega después de romper la botella.
La mujer le decía:
-¿Por qué me apretaste contra tu corazón y después me destrozaste?... A mí, que te amaba tanto.
Cada vez que la mujer del sargento le había dado fuerte al sello verde, veía en sus sueños un enorme diablo, de apariencia atroz, que le decía:
-¿Por qué te sorprendes de verme… ya que has bebido de la botella? ¿No soy acaso el padre de tu hijo?
¡Oh, misterio!
A los trece años, el niño desapareció.
Sus padres, inconsolables, siguieron bebiendo, pero ya no vieron renovarse las terribles apariciones que habían atormentado sus sueños.
4 - Moraleja


Fue así como el sargento pagó su impiedad… y la costurera su avaricia.
5 - Qué pasó con el monstruo verde


Nunca se supo.

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(*) Vauvert: reminiscencias de Viejo Verde, de ahí, con Vers, gusanos, las alusiones de Nerval.
(**) Alusión probable al rey Enrique IV (le Vert Galant), el "Viejo Verde".


L'Ange du Foyeur por Max Ernst

lunes, 1 de noviembre de 2010

REVISTA ANTARES Nº 11


Aquí dejo el vínculo a la modesta revista poética que elaboro con ayuda de otros/as compañeros/as poetas... Por cierto, a partir de este número prescindiré de la versión en papel; Antares será a partir de ahora, por tanto, una revista electrónica y ello por varias razones: 1) porque la versión electrónica llega a más gente, 2) es más ecológico y 3) es más cómoda y barata de elaborar. Que os guste.

¡Por la subversión poética!


(Hacer click en la imagen

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