lunes, 28 de febrero de 2011

BANDERA NEGRA (fragmento) por Gui Rosey


["Nació en París el 27 de agosto de 1896. Colaboró con los surrealistas desde 1932. Fue visto por última vez en Marsella en 1941, entre los surrealistas refugiados que esperaban partir de Francia. Desde entonces no se tuvo más noticias de él. BIBLIOGRAFÍA: La Guerre de 34 ans (Les Cahiers libres, París, 1932). Drapeau négre (Editions surréalistes, París, 1933). André Breton, poéme épique (Editions surréalistes, París, 1937). Les Moyens d'existence (Sagessc, París, 1938)."

(Biografía de Gui Rosey en Antología de la poesía surrealista en lengua francesa de Aldo Pellegrini)
"Un día un grupo de surrealistas llegan al sur de Francia. Intentan obtener el visado para viajar a los Estados Unidos. El norte y el oeste están ocupados por los alemanes. El sur está bajo la égida de Pétain. El consulado norteamericano dilata la decisión día tras día. En el grupo de surrealistas está Bretón, está Tristan Tzara, está Péret, pero también hay otros que son menos importantes. A este grupo pertenece Gui Rosey. Su foto es la foto de un poeta menor, piensa B. Es feo, es atildado, parece un oscuro funcionario de ministerio o un empleado de banca. Hasta aquí, pese a las disonancias, todo normal, piensa B. El grupo de surrealistas se reúne cada tarde en un café cerca del puerto. Hacen planes, conversan, Rosey no falta a ninguna cita. Un día, sin embargo (un atardecer, intuye B), Rosey desaparece. Al principio, nadie lo echa en falta. Es un poeta menor y los poetas menores pasan desapercibidos. Al cabo de los días, no obstante, comienzan a buscarlo. En la pensión en donde vive no saben nada de él, sus maletas, sus libros, están allí, nadie los ha tocado, por lo que resulta impensable que Rosey se haya marchado sin pagar, una práctica común, por otra parte, en ciertas pensiones de la Costa Azul. Sus amigos lo buscan. Recorren hospitales y retenes de la gendarmería. Nadie sabe nada de él. Una mañana llegan los visados y la mayoría de ellos coge un barco y sale para los Estados Unidos. Los que se quedan, aquellos que nunca van a tener visado, pronto olvidan a Rosey, olvidan su desaparición, ocupados en ponerse a salvo a sí mismos en unos años en los que las desapariciones masivas y los crímenes masivos son una constante."

("Últimos atardeceres en la tierra" de Roberto Bolaño)]




Lugares colmados de llamas
donde mi andar gótico rehace el gesto fantasmal de la sangre
contra la vida iluminada por sonrientes rubores de corrupción
se yergue sorprendente
la experiencia de la palabra
contra la vida tomada en su fuente de desventuras
oh recuerdos relámpagos parecidos a grandes dogos que se ponen como soles
contra la esperanza abierta como una herida ornada de pedrerías
se eleva la palabra en el aire del tiempo
y hace que un hermoso poema arranque ojos en lugar de lágrimas
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
He aquí la totalidad de los siglos pasados por las armas
cabeza de madera en la cual el ojo izquierdo sólo parpadea para
salvar al otro de la miseria
lo único creíble en el seno vaporoso de las geografías venenosas
son las fugas imprecisas de rostros encadenados por horribles palideces
es la obra simbólica de sabios microbios en el fondo de las
apasionantes cavernas de la materia
es el monumento irracional de la tempestad que derriba a la virtud
y el inviolable desorden
con una voz desesperada
Ahora que los proverbios seductores viajan a costa de los ojos
los brazos carecen de recuerdo y caen a lo largo del cielo
todos los dioses han vuelto a entrar en sus conchas
y la muerte con vestimenta de soldado
coloca al terror blanco en vitrina
en las patrias recién pintadas
he aquí que llegan por senderos azotados por una fiebre lenta
el tiempo de las grandes mudas nocturnas
del terciopelo y de los encantamientos lúcidos
en los que el hombre
destructor de muertos y palabras
escala el oro escarpado
lleno de ruidos
como una selva virgen ...



"El ojo del silencio" de Max Ernst

jueves, 24 de febrero de 2011

PABLO DE CHILE por Carlos Edmundo de Ory


[Muere el poeta Carlos Edmundo de Ory
Vanguardista de posguerra, tenía 87 años y se definió a sí mismo como "apátrida y rabiosamente hereje"

Extraído de El País, 11/11/2011

"Que me entierren vestido de payaso". Carlos Edmundo de Ory, que había nacido en Cádiz el 27 de abril de 1923, ha muerto de leucemia esta madrugada en su casa de Thezy-Glimont, cerca de Amiens, pero no sabemos si harán caso a ese "aerolito" suyo a la hora de enterrarlo. Ory llamaba aerolitos a sus aforismos, mezcla de chispa poética y reflexión filosófica (a veces metafísica, a veces patafísica) en la que se puede rastrear el autorretrato de un hombre que se definió a sí mismo como "solipsista, apátrida y rabiosamente hereje".

"Sólo lo extraño me es familiar", escribió. Y también: "¡Escritores, escoged!: el estilo o la Revolución". Él eligió la revolución, aunque la escribiera con mayúscula. Hijo del modernista Eduardo de Ory, Carlos Edmundo publicó Versos de pronto, su primera colección de poemas, en 1945. Ese mismo año participó en la fundación del postismo, una suerte de neosurrealismo que, a través de la revista del mismo nombre introdujo la cuña de la vanguardia en los incipientes debates literarios entre tradicionalistas y poetas sociales. El poeta gaditano tuvo a su lado a Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, pero en la misma órbita estuvieron también, al menos por un tiempo, autores como Gabino Alejandro Carriedo y Ángel Crespo.

Por entonces Carlos Edmundo de Ory vivía ya en Madrid trabajaba como bibliotecario y colaboraba en diversas revistas literarias. Eran los años en que, junto a José García Nieto, José Luis Abellán y otros gaditanos como José Manuel Caballero Bonald y Fernando Quiñones, se dejaba caer los sábados por la tertulia que Camilo José Cela abría en su casa de Ríos Rosas. Caballero Bonald retrata aquella época en el arranque del segundo tomo de sus memorias, La costumbre de vivir. Allí retrata a su paisano reconociendo "sin ninguna vanagloria y sobrada machaconería de párvulo que su obra representaba en aquel momento lo que la de Rubén Darío a principios de siglo".

Los problemas del postismo con la "autoridad competente" y, de paso, con la autoridad literaria, llevaron a su fundador a instalarse en París en 1953. Daba comienzo así un exilio que le llevaría a trabajar como profesor en Perú durante un año antes de volver a Francia. En Amiens y a partir de 1967, volvió a trabajar como bibliotecario y a fundar, tirando del hilo de la contracultura y la agitación que pondría París patas arriba poco después, el Atelier de Poésie Ouverte (A.P.O.).

Poesía abierta se llamaba precisamente el volumen que Jaume Pont preparó en 1974 con la poesía de Carlos Edmundo de Ory. Lo editó Barral cuatro años después que otro volumen preparado por Félix Grande y tres antes de que Cátedra, de la mano de Rafael de Cózar, publicara la antología Metanoia en su colección de Letras Hispánicas, la negra, una serie que todavía hoy sirve de consagración académica para los autores que incluye. En 2003, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores publicó, preparada de nuevo por Jaume Pont, una amplia selección de poemas (de 1941 a 2001) titulada Música de lobo.

El título de un libro de poemas nunca es gratuito y en este, que retomaba uno de los años setenta, menos que en ninguno, porque Ory, una vez abandonada la manada madrileña de sus primeros años, siempre fue un lobo estepario con más prestigio tal vez que lectores. En eso su destino era igual al de la poesía misma.

Barroco, romántico, simbolista y vanguardista, el autor de Energeia, Miserable ternura y Melos melancolía pertenece a la estirpe de los poetas visionarios, siempre al límite de la razón pero sin perderla del todo, consciente de la resaca que sigue a una borrachera de imágenes. "Soy el vocero del Silencio", dice en otro de sus aerolitos un autor que, por otro lado, cultivó como pocos en el siglo XX una forma tan cerrada y difícil como el soneto. "Que sea la sombra del fuego / mi Poesía", escribió en un poema titulado Poética.

"Si te gusta ser llamado poeta desde joven, cuida de vivir poco. Toda una larga vida con un pequeño mote es ridículo", dice en otro aerolito. Carlos Edmundo de Ory no ha muerto joven, aunque la gente que ama la vida -y el erotismo es constante en su obra- muera siempre demasiado pronto. Autorretrato final para todo un carácter: "Me extraña la palabra amor en el verbo amordazar".]



Pistolas y fusiles manos negras
Hombres torcidos máquinas de lepra
Enemigos del trigo azote sucio
Basura del verano universal
Oscurantistas de la luz humana
Asesinos de halos y luciérnagas
Herederos de ciegos y miopes
Bandada de odios duchos en tinieblas
Gente docta en doctrinas maniacas
Turba tentacular señores grises
Jefes de la terrible tierra muerta
Coleccionistas de la sangre roja
Funcionarios de la tortura
Entrando en la casa de la poesía
Escupiendo en los azulejos de las metáforas
Llenando de babas las espumas de las barcarolas
Disparando contra los violines
Ametrallando la miel olorosa
Enlodando los cereales
Manchando con sus dedos la luna menguante
Amarrando la lluvia
Espantando a la dulzura y los ojos cerrados del rocío
Pisoteando el peumo en la boca del invulnerable
Ultrajando los libros del cantor del otoño
Sangrando la patria de abejas

Del gran caminante de Agosto
Del viajero en la niebla entre trenes e insectos
Del hijo terrestre de Chile profesor de francés en el cielo
Del poeta amoroso de su patria pequeña infinita callada sonora y profunda

¡De Pablo de Chile! *



Fotomontaje de John Heartfield



[*Este poema fue compuesto por Ory a propósito de la irrupción de los golpistas chilenos en la casa de Pablo Neruda, el 11 de septiembre de 1973, cuando el poeta ya estaba mortalmente enfermo. En aquella ocasión la casa de Neruda fue saqueada y sus libros quemados. El poeta murió el 23 de ese mes y fue enterrado rodeado de soldados con ametralladoras, lo que no impidió que algunos de los presentes en el sepelio dieran vivas al poeta y a Allende y cantaran la Internacional.]


martes, 22 de febrero de 2011

ERÓSTRATO, INCENDARIO por Marcel Schwob


[Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905) fue un escritor, crítico literario y traductor judío francés, autor de relatos y de ensayos donde combina erudición y experiencia vital. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo. Hijo de una familia judía acomodada, e ilustrada, instalada en Nantes en 1875 (su padre, que llegó a escribir una obra de teatro con Jules Verne, compró allí el diario Le Phare de la Loire), se trasladó a París para seguir sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand, en donde reveló sus dotes como políglota. Fracasó en su intento de ingresar en la Escuela Normal Superior, pero obtuvo en 1888 la licenciatura de letras. En 1884, descubrió a Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), que será uno de sus modelos y a quien traducirá. Fue también un apasionado del argot, en especial del lenguaje de los coquillards medievales, utilizado por Villon en sus baladas en jerga. Schwob publicó unas series de textos breves, a mitad de camino entre el relato y los poemas en prosa, en los que crea procedimientos literarios que tendrán influencia en autores posteriores. Así, el Libro de Monelle (1894) es precursor de Los alimentos terrestres, de André Gide, y La cruzada de los niños (1895) prefigura Mientras agonizo, de William Faulkner, lo mismo que Las puertas del paraiso de Jerzy Andrzejewski. Jorge Luis Borges escribió que sus Vidas imaginarias (1896) fueron el punto de partida de su narrativa. En 1900, se casó con la actriz Marguerite Moreno, a la que había conocido en 1895. De salud muy delicada, Schwob emprenderá viaje a Jersey y a Samoa, y escribirá un relato del accidentado viaje a la isla polinesia, en donde Stevenson acababa de morir. Falleció poco después de regresar a Francia. Fue inhumado en el Cementerio de Montparnasse.

(Extraído de Wikipedia)]


La ciudad de Éfeso, donde nació Heróstratos, se extendía en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles de Panorme, desde donde se veía, sobre el mar de abundantes colores, la línea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y tejidos, de lanas y rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, fueron vendidos a orillas del Meandro, desde que la magnífica Mileto fue arruinada por los persas. Era una ciudad de molicie, donde se festejaba a las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira. Los efesios llevaban túnicas amórginas, transparentes, telas de lino hilado al torno de colores violeta, púrpura y cocodrilo, sarápides color amarillo manzana y blancas y rosas, paños de Egipto color jacinto, con los fulgores del fuego y los matices móviles del mar, y calasiris de Persia, de tejido apretado, ligero, todos ellos tachonados en su fondo escarlata de granos de oro en forma de copelas.

Entre la montaña de Prión y un alto y escarpado acantilado se divisaba, a orillas del Caistro, el gran templo de Ártemis. Se habían precisado ciento veinte años para construirlo. Envaradas pinturas ornaban sus salas interiores, cuyo techo era de ébano y ciprés. Las pesadas columnas que lo sostenían fueron embadurnadas de minio. Pequeña y oval era la sala de la diosa, en cuyo centro se alzaba una prodigiosa piedra negra, cónica y reluciente, marcada por doraduras lunares, que no era otra que Ártemis. El altar triangular también estaba tallado en piedra negra. En otras mesas, hechas de losas negras, se habían perforado agujeros regulares para que por ellos fluyera la sangre de las víctimas. De las paredes colgaban anchas hojas de acero, con mangos de oro, que servían para abrir las gargantas, y el suelo pulido estaba tapizado de cintas ensangrentadas. La gran piedra oscura tenía dos tetas enérgicas y picudas. Así era la Ártemis de Éfeso. Su divinidad se perdía en la noche de las tumbas egipcias, y había que adorarla según los ritos persas. Poseía un tesoro encerrado en una especie de colmena pintada de verde, cuya puerta piramidal se hallaba erizada de clavos de bronce. Allí, entre anillos, grandes monedas y rubíes yacía el manuscrito de Heráclito, quien había proclamado el reinado del fuego. El propio filósofo lo había depositado allí, en la base de la pirámide, cuando la construían.

La madre de Heróstratos era violenta y orgullosa. No se supo quién era su padre. Más tarde Heróstratos declaró que era hijo del fuego. Su cuerpo estaba marcado, bajo la tetilla izquierda, con una media luna que pareció encenderse cuando lo torturaron. Las que asistieron su nacimiento predijeron que estaba sometido a Ártemis. Fue colérico y permaneció virgen. Corroían su rostro unas líneas oscuras y el tinte de su piel era negruzco. Desde su infancia le gustó quedarse bajo el alto acantilado, cerca del Artemision. Miraba pasar las procesiones de ofrendas. Por el desconocimiento en que estaban de su estirpe, no pudo ser sacerdote de la diosa a la que se creía consagrado. El colegio sacerdotal hubo de prohibirle varias veces la entrada a la naos, donde esperaba apartar el precioso y pesado tejido que ocultaba a Ártemis. Por eso concibió odio y juró violar el secreto.

El nombre de Heróstratos no le parecía comparable a ningún otro, lo mismo que su propia persona le parecía superior a toda la humanidad. Deseaba la gloria. Primero se unió a los filósofos que enseñaban la doctrina de Heráclito; pero desconocían su parte secreta, por hallarse encerrada en la celdilla piramidal del tesoro de Ártemis. Heróstrato sólo pudo conjeturar la opinión del maestro. Se endureció despreciando las riquezas que le rodeaban. Su asco hacia el amor de las cortesanas era extremo. Creyeron que reservaba su virginidad para la diosa. Pero Ártemis no tuvo piedad de él. Pareció peligroso al colegio de la Gerusia, que vigilaba el templo. El sátrapa permitió que lo desterraran a los suburbios. Vivió en la ladera del Koressos, en una gruta excavada por los antiguos. Desde allí acechaba de noche las lámparas sagradas del Artemision. Algunos suponen que persas iniciados acudieron a conversar allí con él. Pero es más probable que su destino le fuera revelado de golpe.

En efecto, en medio de la tortura confesó que había comprendido de repente el sentido de la frase de Heráclito -el camino de lo alto-, porque el filósofo había enseñado que la mejor alma es la más seca y la más enardecida. Atestiguó que, en este sentido, su alma era la más perfecta, y que había querido proclamarlo. No alegó más causa a su acción que la pasión por la gloria y la alegría de oír proferir su nombre. Dijo que sólo su reino habría sido absoluto, puesto que no se le conocía padre y que Heróstratos habría sido coronado por Heróstratos, que era hijo de sus obras, y que su obra era la esencia del mundo; que así habría sido juntamente rey, filósofo y dios, único entre los hombres.

El año 365, en la noche del 21 de julio, cuando no subió al cielo la luna y el deseo de Heróstratos adquirió una fuerza inusitada, decidió violar la cámara secreta de Ártemis. Se deslizó pues por el zigzag de la montaña hasta la ribera del Caistro y subió las gradas del templo. Los guardas de los sacerdotes dormían junto a las lámparas sagradas. Heróstratos cogió una y penetró en la naos.

Un fuerte olor a aceite de nardo la invadía. Las negras aristas del techo de ébano estaban resplandecientes. El óvalo de la cámara se hallaba dividido por la cortina tejida de hilo de oro y púrpura que ocultaba a la diosa. Su lámpara iluminó el terrible cono de tetas erectas. Heróstratos las agarró con ambas manos y besó con avidez la piedra divina. Luego dio una vuelta alrededor, y vio de pronto la pirámide verde donde estaba el tesoro. Agarró los clavos de bronce de la puertecilla, y la arrancó. Hundió sus dedos entre las joyas vírgenes. Pero sólo se apoderó del rollo de papiro donde Heráclito había inscrito sus versos. A la luz de la lámpara sagrada los leyó, y conoció todo.

Al punto exclamó: “¡Fuego, fuego!”

Tiró de la cortina de Ártemis y acercó la mecha encendida al paño inferior. La tela ardió al principio despacio; luego, por los vapores de aceite perfumado que la impregnaban, la llama subió, azulada, hacia los artesonados de ébano. El terrible cono reflejó el incendio.

El fuego se enroscó en los capiteles de las columnas, reptó a lo largo de las bóvedas. Una tras otra, las placas de oro consagradas a la poderosa Ártemis cayeron desde las suspensiones a las losas con un estruendo de metal. Luego el haz fulgurante estalló en el techo e iluminó el acantilado. Las tejas de bronce se desplomaron. Heróstratos se erguía en medio del resplandor, clamando su nombre en la oscuridad.

Todo el Artemision fue un montón rojo en el corazón de las tinieblas. Los guardias cogieron al criminal. Lo amordazaron para que dejara de gritar su propio nombre. Fue arrojado en los sótanos, atado, durante el incendio.

Artajerjes envió inmediatamente la orden de torturarlo. No quiso confesar otra cosa que lo que se ha dicho. Las doce ciudades de Jonia prohibieron, bajo pena de muerte, entregar el nombre de Heróstratos a las edades futuras. La noche en que Heróstratos incendió el templo de Éfeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia.



"Fuego" por Giuseppe Arcimboldo

martes, 8 de febrero de 2011

UNA MODESTA PROPOSICIÓN PARA PREVENIR QUE LOS NIÑOS DE LOS POBRES DE IRLANDA SEAN UNA CARGA PARA SUS PADRES O EL PAÍS... por Jonathan Swift


[Escritor político y satírico anglo-irlandés, considerado uno de los maestros de la prosa en inglés y de los más apasionados satirizadores de la locura y la arrogancia humanas. Sus numerosos escritos políticos, textos en prosa, cartas y poemas tienen como característica común el uso de un lenguaje efectivo y económico. Nacido en Dublín el 30 de noviembre de 1667, estudió en el Trinity College de dicha ciudad. Obtuvo un empleo en Inglaterra como secretario del diplomático y escritor William Temple, pariente lejano de su madre. Las relaciones con su patrón no fueron especialmente cordiales y, en 1694, el joven Jonathan regresó a Irlanda, donde se ordenó sacerdote. Tras la reconciliación con Temple, volvió a su servicio en 1696. Supervisó la educación de Esther Johnson, hija de la recién enviudada hermana de Temple, y permaneció con el caballero hasta su muerte, en 1699. Durante ese tiempo, Swift, aunque tuvo frecuentes discusiones con su patrón, dispuso de gran cantidad de tiempo para la lectura y la escritura.

Entre sus primeros trabajos en prosa se encuentra La batalla entre los libros antiguos y modernos (1697), una mofa de las discusiones literarias del momento, que trataban de valorar si eran mejores las obras de la antigüedad o las modernas. En esta obra suya, el autor irlandés se puso de parte de los maestros antiguos y, con gran mordacidad, atacó la pedantería y el espíritu escolástico de los escritores de su tiempo. Su Historia de una bañera (1704) es el más divertido y original de sus escritos satíricos. En él, Swift ridiculizó con soberbia ironía varias formas de pedantería y pretenciosidad, especialmente en los terrenos de la religión y la literatura. Este libro despertó serias dudas sobre la ortodoxia religiosa de su autor, y se cree que, a causa del enfado que produjo en la reina Ana Estuardo, perdió sus prerrogativas dentro de la iglesia de Inglaterra. Aunque en teoría era un whig, Swift mantenía importantes diferencias de criterio con sus compañeros de partido. En 1710, subió al poder en Inglaterra el partido tory, y el inconformista autor irlandés se pasó rápidamente a sus filas. Comenzó a dirigir entonces sus ataques contra los whigs, a través de una serie de brillantes textos cortos, asumió la dirección del Examiner, el órgano informativo de los tories, y publicó una gran cantidad de panfletos, en los que defendía abiertamente la política social del gobierno tory. De entre esos textos, el más elocuente e influyente fue El comportamiento de los aliados (1711), en el cual afirmaba que los whigs habían prolongado la Guerra de Sucesión española mirando sólo a sus propios intereses. Este panfleto fue la causa de la dimisión de John Churchill, primer duque de Malborough, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas británicas.

Swift comenzó sus Cartas a Stella en 1710. Stella era el nombre que él utilizaba para dirigirse a Esther Johnson, quien por entonces vivía en Dublín. Esta serie de cartas íntimas, en las que aparecen numerosos vocablos propios del lenguaje infantil, revelan un curioso aspecto de la enigmática personalidad del satirista irlandés. Los especialistas no tienen muy claro cuál era el tipo de relación que existía entre tutor y alumna. Es posible incluso que se hubieran casado en secreto. La otra mujer de la que se tiene noticia en la vida de Swift fue Esther Vanhomrigh, también alumna suya, hija de un comerciante de Dublín de origen holandés, y a la que él llamaba Vanessa, se enamoró perdidamente de su tutor, pero él no correspondió nunca a ese amor. En 1717, fue nombrado deán de la catedral de San Patricio de Dublín. Al año siguiente, el partido tory perdió el poder, y su influencia política desapareció por completo. Entre 1724 y 1725 publicó anónimamente Cartas de Drapier, una serie de apasionados y efectivos panfletos en los que intentaba defender la validez de la moneda irlandesa, y que ocasionaron el fin del permiso otorgado por la corona a un comerciante inglés para acuñar monedas en Irlanda. Por esta y otras obras en las que apoyaba las reivindicaciones de su pueblo, se convirtió en un héroe entre los nacionalistas irlandeses. Una humilde propuesta (1729), uno de estos textos reivindicativos, incluye una propuesta especialmente irónica, la de que los niños irlandeses pobres podían ser vendidos como carne para mejorar la dieta de los ricos, pues con ello se beneficiarían todos los sectores sociales.

La obra maestra de Swift, Viajes a varios lugares remotos del planeta, titulada popularmente Los viajes de Gulliver, fue publicada como anónimo en 1726 y obtuvo un éxito inmediato. A pesar de que fue concebida originalmente como una sátira, un ataque ácido y alegórico contra la vanidad y la hipocresía de las cortes, los hombres de estado y los partidos políticos de su tiempo, el autor fue añadiendo, durante los seis años que tardó en escribirla, desgarradas reflexiones acerca de la naturaleza humana. Los viajes de Gulliver es, por tanto, una obra salvajemente amarga y, en ocasiones, indecente, una desabrida burla a la sociedad inglesa de su tiempo y por extensión al género humano. Aún así, es una narración tan imaginativa, ingeniosa y sencilla de leer, que el primer libro ha permanecido como un clásico de la literatura infantil. El cuarto libro, Gulliver en el país de los Huim suele eliminarse de muchas ediciones juveniles por su excesiva mordacidad, ya que en el fondo lo que está planteando Swift es que la compañía de los animales —de los caballos, concretamente— es preferible y más estimulante que la de muchos humanos. Sus últimos años, tras las muertes de Stella y Vanessa, se caracterizaron por una creciente soledad y asomos de demencia. Sufrió frecuentes ataques de vértigo y, tras un largo periodo de decadencia mental, murió, el 19 de octubre de 1745. Fue enterrado en la catedral de la que había sido deán, junto al sepulcro de Stella. Su epitafio, escrito por él mismo en latín, reza: "Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad."]


(Extraído de valdeperrillos.com)



Epitafio en el lugar donde está enterrado Swift


Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país y para hacerlos útiles al público


Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.


Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.

He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.

Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.

Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.

Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.

He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.

Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.

Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.

Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.

"Saturno devorando a sus hijos" por Francisco de Goya


Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.

Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.

No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.

Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.
Dublín, Irlanda, 1729