viernes, 29 de abril de 2011

EL CASTILLO DE NAIPES por Pierre Unik


[Nació el 5 de enero de 1910, de origen judío. Adhirió al surrealismo en 1925, cuando apenas contaba 16 años. Formó parte del grupo de los cinco (Aragon, Breton, Eluard, Pérer y Unik) que publicó en 1927 el folleto Au grand jour. Se distanció del grupo en 1932 junto con Alexandre, disgustado por las disputas que surgieron a raíz de la "crisis Aragon" (..). Su destino y el de casi toda su familia fue trágico. Prisionero de guerra en 1940, murió en 1945, después de haberse evadido de un campo de prisioneros en Checoeslovaquia, poco antes de la liberación, en circunstancias bastante misteriosas. Un hermano, también poeta, se suicidó a los 18 años. La hermana mayor, convertida al catolicismo, ingresó en un convento. Casi todos sus familiares fueron asesinados por los nazis.

(Extraído de la
Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini)]




Es más bello que el color de ese guante olvidado en el mar

y en los surcos desiertos no encuentro más nada
pero allá lejos los instrumentos de música se reúnen
en una alcoba
en un carro cuadrado
y es el amor que comienza
con festones en los cuatro ángulos
y batallas que nunca terminan
adiós maravilla adiós no tienes corazón
sino un álamo manso en la solapa del saco
y no es sin dar la alarma que mi voz llega a tu ciudad
La barca en la que se suicidan los fantasmas después de una inmersión prolongada en el cadmio de las consagraciones
la barca desnuda se presenta a mi puerta
y llama con todo su negro cielo
"pálida, dice ella, pálida más pálida que tu esposa"
y esos dientes en el sonido de la mirada me trituran
esos dientes de cadena y de incendio
incendio en que las mujeres forman la cadena
para impedir que nazca el nueve de espadas
el paje diabólico que tiene surgente de florestas
ese paje lo conozco es el nueve de espadas
y las mujeres en la ciudad son más pobres de lo que esperaba
más pobres que mi venganza
y que mi furia
más pobres que un cartero que sólo posee el abandono
sobre una casa de ocho pisos
de un billete de ida y vuelta para la horca
Es en la encrucijada del camino y de la muerta
donde se levanta el poste indicador de las enamoradas
allí acuden todos los meses a recoger los rumores
allí se encuentran pero no se ven jamás
El espantajo del castillo de naipes
el maniquí de silencio
con armadura de brezales
con su llama y su tahalí
el espantajo de los siglos
a la salida del subterráneo
no hay laberinto que importe
todas las alas y todas las llaves abren los poros del castillo de naipes

Publicado en "La Révolution Surréaliste",


Nº 9 Y 10 (1927)


Lienzo de Rafal Olbinski


sábado, 16 de abril de 2011

CERO por Pedro Salinas


[Poeta español nacido en Madrid en 1891 y fallecido en Boston en 1951. Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Fue profesor en las universidades de Sorbona y Cambridge y conferencista en varias Universidades de América donde vivió desde 1936. Es considerado como uno de los grandes exponentes de la Generación del 27. De su obra poética se destacan, «Presagios», «Razón de amor» y «Largo lamento».


(Extraído de
A media voz)]




"Y esa Nada ha causado muchos llantos y Nada fue instrumento de la Muerte, y Nada vino a ser muerte de tantos."
FRANCISCO DE QUEVEDO

"Ya maduró un nuevo cero que tendrá su devoción."
ANTONIO MACHADO



I

Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.

Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.

Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.

II

Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»— nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.

Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.

Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.

¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?

¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!

¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!

III

¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.

¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.

Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.

Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.

Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.

¿Flor? Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!

IV

El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.

Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.


V

¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.

Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.

Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.


"Explosión" por George Grosz

lunes, 11 de abril de 2011

PROVERBIOS MODERNIZADOS por Paul Eluard y Benjamín Péret


[Seudónimo de Eugène Grindel, poeta francés nacido en Saint-Denis el 14 de diciembre de 1895. A la edad de dieciséis años suspendió estudios para recibir tratamiento durante dieciocho meses en un sanatorio suizo. En 1920, después de participar en la I Guerra Mundial, inició una fulgurante carrera literaria uniéndose a Breton, Soupault y Aragon, con quienes impulsó el movimiento surrealista, convirtiéndose en uno de sus más importantes figuras. En 1927, invitado por Salvador Dalí, viajó a Cadaqués junto a su esposa Helena Diakonova (Gala), quien luego lo abandonó para unirse al pintor. Durante la ocupación alemana en Francia, alejado del surrealismo y militando ya en el comunismo, se convirtió en uno de los escritores más relevantes de la resistencia. Entre sus obras más importantes merecen destacarse: "Capital del dolor" en 1926, "La Inmaculada Concepción", escrito con Breton en1930, "Poesía y verdad" en 1942, "Lección de moral" en 1950, y "Los senderos y los caminos de la poesía" en 1952. Falleció en Charenton-le-Pont en noviembre de 1952.

(Extraído de
A media voz)

Biografía de Benjamin Péret: aquí]




Los elefantes son contagiosos.

Es necesario devolver a la paja lo que pertenece a la viga.

Sueño que canta hace temblar a las sombras.

A toneles pequeños, toneles pequeños.

Los grandes pájaros hacen las pequeñas persianas.

Enjuagar el árbol.

No hace falta coser los animales.

Hay que pegarle a la madre mientras es joven.

Carne fría no apaga el fuego.

Piel que se descama va al cielo.

Un lobo hace dos rostros hermosos.

Rascar a la vecina no da flores en mayo.

No es rosa todo lo que vuela.

Los pelos caídos no vuelven a crecer gratis.

Aplastar dos adoquines con la misma mosca.

Matar nunca es robar.

Un sueño sin estrellas es un sueño olvidado.




"Teléfono langosta" por Salvador Dalí

viernes, 1 de abril de 2011

LA TIERRA BALDÍA por T.S. Eliot


[Poeta, crítico y editor nacido en St. Louis, Missouri, en septiembre 26 de 1880. Estudió hasta los once años en "Smith Academy" en St. Louis, y posteriormente en las prestigiosas universidades Harvard en USA, Sorbona en Francia y Oxford en Inglaterra. En 1914, alentado por el poeta Ezra Pound, publicó en Inglaterra su primer volumen de versos, "The Love Song of J.Alfred Prufrock", recibido con gran beneplácito por la crítica. En 1927 adquirió la ciudadanía británica y se convirtió a la religión anglicana. Su trabajo literario representado principalmente por las obras, "The Waste Land" en 1922, "Ash Wednesday" en 1930, "Old Possum’s Book of Practical Cats" en 1939,"Four Quartets" en 1943, "The Cocktail Party" en 1949, "The Confidential Clerk" en 1954, y "Collected Poems" 1909-62, contribuyó a la gran innovación de la poesía en el siglo XX y lo hizo merecedor al Premio Nobel en 1948. Falleció en Londres en enero de 1965.

(Extraído de A media voz)]



I. El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
El invierno nos mantenía calientes; cubriendo
tierra con nieve olvidadiza, nutriendo un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, llegando por encima del Starnbergersee
con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata,
y seguimos a la luz del sol, hasta el Hofgarten,
y tomamos café y hablamos un buen rato.
Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch .
Y cuando éramos niños, estando el archiduque,
mi primo, me sacó de un trineo,
y tuve miedo. El dijo, Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y allá que bajamos.
En las montañas, una se siente libre.
Yo leo, buena parte de la noche, y en invierno me voy al sur.
¿Cuáles son las raíces que se aferran, qué ramas crecen
de esta pétrea basura? Hijo de hombre,
no lo puedes decir, ni adivinar, pues conoces sólo
un montón de imágenes rotas, en que da el sol,
y el árbol muerto no da cobijo, ni el grillo da alivio,
ni la piedra seca da ruido de agua. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja,
(entra bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo diferente, tanto
de tu sombra por la mañana caminando detrás de ti
como de tu sombra por la tarde subiendo a tu encuentro;
te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind
Wo weilest du ?
"Me dijiste jacintos por primera vez hace un año;
me llamaron la chica de los jacintos"
-Pero cuando volvimos, tarde, del jardín de los jacintos,
tus brazos llenos y tu pelo mojado, no podía
hablar y me fallaban los ojos, no estaba ni
vivo ni muerto, ni sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Oed' und leer das Meer .
Madame Sosotris, famosa vidente,
tenía un fuerte resfriado, sin embargo
es conocida como la mujer más sabia de Europa,
con una perversa baraja. Aquí, dijo,
está su carta, el Marinero Fenicio ahogado,
(perlas son estos que fueron sus ojos. ¡Mirad!)
Aquí está Belladonna, la Señora de las Piedras,
la dama de las situaciones.
Aquí está el Hombre de los Tres Bastos, y aquí la Rueda,
y aquí el mercader tuerto, y esta carta,
que está en blanco, es algo que lleva él en la espalda,
que me está prohibido ver. No encuentro
al Hombre Ahorcado. Tema la muerte por agua.
Veo multitudes de gente, dando vueltas en un círculo.
Gracias. Se ve a mi querida Mrs Equitone
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
en estos tiempos hay que tener mucho cuidado.
Ciudad irreal,
bajo la niebla parda de un amanecer de invierno,
una multitud fluía por el Puente de Londres, tantos,
no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Se exhalaban suspiros, breves y poco frecuentes,
y cada cual llevaba los ojos fijos ante los pies.
Fluían cuesta arriba y bajando King William Street,
y donde Santa María Woolnoth daba las horas
con un sonido muerto en la campanada final de las nueve.
Allaí vi a uno que conocía y lo paré gritando:"¡Stetson!
¡Tú, que estabas conmigo en las naves de Mylae!
Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ha empezado a retoñar?¿Florecerá este año?
¿O la escarcha repentina le ha estropeado el lecho?
¡Ah, mantén lejos de aquí al Perro, que es amigo del hombre,
o lo volverá a desenterrar con las uñas!
¡Tú! hypocrite lecteur! - mon semblable, - mon frère!"


"Una batería bombardeada" de Wyndham Lewis


II - Una partida de ajedrez

La Silla en que estaba sentada, como un bruñido trono
se reflejaba en el mármol, donde el espejo
sostenido por columnas labradas con pámpanos y racimos
entre los que un dorado Cupido atisbaba
(otro escondía sus ojos detrás del ala)
duplicaba las llamas de candelabros se siete brazos
arrojando luz sobre la mesa mientras
el centelleo de sus joyas, derramándose en rica profusión
desde estuches de raso, subía a su encuentro;
en frascos de marfil y cristal coloreado
abiertos, acechaban sus extraños perfumes sintéticos,
en ungüento, en polvo, o liquido, turbaban, confundían
y ahogaban los sentidos en fragancias; agitados por el aire
que se renovaba desde la ventana, ascendían
engrosando las alargadas llamas de las velas,
lanzando su humo hacia la laquearia,
agitando el dibujo del artesonado.
Enormes leños de un naufragio tachonados de cobre
ardían en verde y naranja, enmarcados por la piedra coloreada,
en cuya triste luz nadaba un delfín cincelado.
Sobre el antiguo manto de la chimenea se exponía
como si una ventana diera sobre la selvática escena,
la metamorfosis de Fiomela, por el bárbaro rey
tan rudamente forzada; sin embargo allí el ruiseñor
henchía todo el desierto con inviolable voz
y ella seguía gimiendo, y el mundo siguen aun,
"yag yag" a sucios oídos.
Y otros ajados muñones de tiempo
se narraban en las paredes; formas atónitas
asomaban, inclinándose, silenciando el cuarto cerrado.
Por la escalera se arrastraban pasos.
A la luz del fuego, bajo el cepillo, sus cabellos
se abrían en puntas de fuego
encendidos en palabras, luego se aquietaron en feroz calma.
"Estoy mal de los nervios esta noche. Sí, mal. Quédate conmigo.
Háblame. ¿Por qué no hablas nunca? Habla.
¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué?
Nunca sé en que piensas. Piensa."
Pienso que estamos en el callejón de las ratas
donde los muertos perdieron sus huesos.
"¿Qué ruido es ése?"
El viento bajo la puerta.
"Qué ruido es ése ahora? ¿Qué hace el viento?
Nada, otra vez nada.
"¿No sabes nada? ¿No ves nada? ¿No recuerdas
nada?"
Recuerdo
Perlas son éstas que fueron sus ojos.
"¿Estás vivo, o no? ¿No tienes nada en la cabeza?"
Pero
Oh Oh Oh Oh ese Shakespeherian Rag…
Es tan elegante
Tan inteligente
"¿Qué haré ahora? ¿Qué haré?
Saldré como estoy, y me pasearé por la calle
Con el pelo suelto, así. ¿Qué haremos mañana?
¿Qué haremos nunca?"
El agua caliente a las diez.
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
apretando ojos sin párpados y esperando un golpe en la puerta.
Cuando el marido de Lil fue desmovilizado, dije...
Sin medir palabras, yo misma se lo dije a ella,
APURENSE POR FAVOR QUE CERRAMOS
ahora que Albert vuelve, procura estar un poco a la moda.
Querrá saber qué has hecho con ese dinero que te dio
para ponerte algunos dientes. Te lo dio, yo estaba allí.
Sácatelos todos, Lil, hazte una linda dentadura,
te dijo, lo juro, no soporto verte así.
Ni yo tampoco, dije, y piensa en el pobre Albert
ha estado cuatro años en el ejército, necesita diversión,
y si no se la das tú, otras lo harán, le dije.
Oh, ¿es eso?, dijo ella. Algo así, le dije.
Entonces sabré a quién agradecérselo, dijo ella, y me miró fijo.
APURENSE POR FAVOR QUE CERRAMOS
Si no te convence haz como quieras, le dije.
Otras pueden elegir si tú no puedes.
Pero si Albert se larga no será porque no te lo avisaron.
Deberías avergonzarte, le dije, de parecer una anticuada.
(Y sólo tiene treinta y uno)
No puedo remediarlo, dijo ella, poniendo cara larga,
con esas píldoras que tomé para abortar.
(Ya con cinco, y casi muere a causa del pequeño George.)
El farmacéutico dijo que todo andaría bien, pero no fui más la misma.
Eres una gran tonta, le dije.
Bueno, si Albert no te deja tranquila, es tu problema, le dije,
¿por qué te casaste si no quieres hijos?
APURENSE POR FAVOR QUE CERRAMOS
Bueno, ese domingo Albert ya estaba en casa, y tenían
Jamón ahumado caliente,
Y me invitaron a cenar, para que apreciara qué belleza el
Jamón caliente...
APURENSE POR FAVOR QUE CERRAMOS
APURENSE POR FAVOR QUE CERRAMOS
...asnoches Bill. ...asnoches Lou. …asnoches May. …asnoches.
Gracias gracias. …asnoches. ...asnoches.
Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces señoras,
buenas noches, buenas noches.



III. El sermón del fuego

El pabellón del río está roto: los últimos dedos de las hojas
Se aferran y hunden en la húmeda orilla. El viento
atraviesa la tierra parda, sin oírse. Las ninfas han partido.
Dulce Támesis, corre calladamente, hasta que acabe mi canto.
El río no arrastra botellas vacías, papeles de sandwiches,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas
u otros testimonios de noches de verano. Las ninfas han partido.
Y sus amigos, los ociosos hacedores de directivos de la City;
Se marcharon sin dejar sus señas.
Me senté junto a las aguas del Leman y lloré...
Dulce Támesis, corre calladamente, hasta que acabe mi canto.
Dulce Támesis, corre calladamente, pues no hablo ni fuerte ni largo.
Pero a mis espaldas en una fría ráfaga oigo
el rechinar de los huesos, y risas maliciosas de oreja a oreja.
Una rata se deslizó blandamente entre la vegetación
arrastrando su viscoso vientre por la orilla
mientras yo pescaba en el sombrío canal
un atardecer de invierno detrás del gasómetro
meditando sobre el naufragio del rey mi hermano
y sobre la muerte, antes de él, del rey mi padre.
Blancos cuerpos desnudos en el húmedo suelo bajo,
y huesos arrojados en un seco desván bajo,
sólo removidos por la pata de la rata, año tras año.
Pero a mis espaldas cada tanto oigo
el estrépito de bocinas y motores, que llevarán
a Sweeny hasta la señora Porter en primavera.
¡Oh! la luna brillaba reluciente sobre la señora Porter
y sobre su hija.
Se lavan los pies en soda
Et O ces voix d'enfants, chantant dans la coupole!
Tuit tuit tuit
Yag yag yag yag
Tan brutalmente forzada
Tereo
Ciudad irreal
bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
El señor Eugenides, el comerciante de Esmirna,
Mal afeitado, con un bolsillo lleno de pasas
C.i.f. Londres: documentos a la vista,
Me invitó en francés demótico
a almorzar en el Hotel Cannon Street
seguido de un fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se alzan del escritorio, cuando el motor humano espera
como un taxi esperando palpitando,
yo Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
viejo con arrugados pechos de mujer, veo
a la hora violeta, la hora del atardecer que se afana
hacia el hogar, y desde el mar lleva al marinero a su casa,
la mecanógrafa en casa a la hora del té, levanta el desayuno, enciende
la estufa, y saca latas de comida en conserva.
Peligrosamente tendidas fuera de la ventana
sus combinaciones se secan alcanzadas por los últimos rayos del sol,
sobre el diván (de noche su cama) se amontonan
medias, pantuflas, enaguas, y fajas.
Yo Tiresias, viejo de mamas arrugadas
observé la escena, y predije el resto...
yo también aguardé al huésped esperado.
El, el joven granujiento, llega,
empleado en una pequeña inmobiliaria, de mirada atrevida,
uno de esos inferiores a quienes la autosuficiencia les sienta
como un sombrero de copa a un millonario de Bradford.
El momento ahora es propicio, supone él,
la comida terminó, ella está aburrida y cansada,
él trata de ganarla con caricias
que, aunque deseadas, no son rechazadas.
Agitado y decidido, ataca en seguida;
manos que al explorar no encuentran resistencia;
su vanidad no exige respuesta,
y hace de la indiferencia una bienvenida.
(Y yo Tiresias he padecido de antemano todo
lo que ocurrió en este mismo diván o cama;
yo que en Tebas me senté al pie del muro
y anduve entre los más viles de los muertos.)
Concede un desdeñoso beso final,
y sale a tientas, por la escalera sin luz...
Ella se vuelve y mira un instante en el espejo,
apenas consciente de que su amante se marchó;
su cerebro da paso a un pensamiento a medio esbozar:
"Bien, ya está: y me alegro de que haya terminado."
Cuando una hermosa mujer se rebaja a hacer locuras
y de nuevo va y viene por su cuarto, sola,
con gesto mecánico se alisa el pelo,
y pone un disco en el gramófono.
"Esta música se deslizaba junto a mí por las aguas"
a los largo del Strand, hasta Queen Victoria Street.
Oh ciudad City, a veces oigo
cerca de una taberna en Lower Thames Street,
la agradable queja de una mandolina
y una bulla y un parloteo desde adentro
donde los vendedores de pescado holgazanean al mediodía: donde los muros
de San Magnus Mártir conservan
inexplicable esplendor de blanco y oro jónicos.
El río suda
petróleo y alquitrán
las barcazas se desvían
al cambiar la marea
velas rojas
anchas
a sotavento, virando en la pesada verga.
Las barcazas empujan
troncos a la deriva
hacia la zona de Greenwich
más allá de la Isla de los Perros.
Ueialala leia
Ueialala leiala
Elizabeth y Leicester
cadencia de remos
la popa en forma
de dorada concha
roja y oro
el vivo oleaje
onduló ambas orillas
viento del sudoeste
llevó corriente abajo
el repicar de campanas
torres blancas
Ueialala leia
Ueialala leiala
"Tranvías y árboles polvorientos.
Highbury me hizo, Richmond y Kew
me deshicieron. En Richmond levanté las rodillas
boca arriba en el fondo de una angosta canoa."
"Mis pies están en Morgate, y mi corazón
bajo mis pies. Después del hecho
él lloró. Prometió 'un recomenzar'.
No hice comentarios. ¿De qué debería lamentarme?"
"En la playa de Morgate.
No puedo relacionar
nada con nada.
Las rotas uñas de sucias manos.
Mi gente, modesta gente que espera
nada."
la la
A Cartago llegué entonces
Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo
O Señor Tú me arrancas
O Señor Tú arrancas
ardiendo

"Atardecer en el paseo Karl Johann" de Edvard Munch


IV. Muerte por agua

Flebas el Fenicio, muerto hace quince días,
olvidó el chillido de las gaviotas, y el oleaje del mar profundo
y la ganancia y la perdida.
Una corriente submarina
descarnó sus huesos en susurros. Mientras emergía y caía
él atravesó las etapas de su vejez y juventud
entrando en remolino.
Gentil o Judío
oh tú que haces girar la rueda y miras a barlovento
piensa en Flebas, en un tiempo tan apuesto y bien plantado como tú.

V. Lo que dijo el trueno

Después de la roja luz de antorchas sobre rostros sudorosos
después del silencio escarchado en los jardines
después de la agonía en lugares pétreos
el clamor y el llanto
prisión y palacio y retumbar
del trueno primaveral sobre montañas distantes
aquel que vivía ahora está muerto
nosotros que vivíamos ahora estamos muriendo
con un poco de paciencia.
Aquí no hay agua sino sólo roca
roca y nada de agua y el camino arenoso
el camino que serpentea arriba entre las montañas
que son montañas de roca sin agua
si hubiera agua nos detendríamos a beber
entre la roca uno no puede detenerse o pensar
el sudor está seco y los pies están en la arena
se al menos hubiera agua entre la roca
muerta boca de montaña de dientes cariados que puede escupir
aquí no puede uno ni pararse ni acostarse ni sentarse
ni siquiera hay silencio en las montañas
sino seco estéril trueno sin lluvia
si siquiera hay soledad en las montañas
sino sombríos rostros rojos que escarnecen y gruñen
desde puertas de casas de barro agrietado
si hubiera agua
y no roca
si hubiera roca
y también agua
y agua
un manantial
un charco entre la roca
si al menos hubiera el rumor del agua
no la cigarra
y la seca hierba cantando
sino rumor de agua sobre una roca
donde el tordo ermitaño canta en los pinos
tic toc tic toc toc toc
pero no hay agua
¿Quién es el tercero que siempre camina a tu lado?
Cuando cuento, sólo estamos tú y yo juntos
pero cuando miro adelante por el sendero blanco
siempre hay otro caminando a tu lado
deslizándose envuelto en un pardo manto, encapuchado
no sé si hombre o mujer,
¿pero quién es ése al otro lado de ti?
Qué es ese sonido intenso en el aire
murmullo de maternal lamento
qué son esas hordas encapuchadas que pululan
por llanuras interminables, tropezando en la agrietada tierra
sólo cercada por el chato horizonte
Qué ciudad es ésa sobre las montañas
que se resquebraja y se reforma y estalla en el aire violeta
torres que caen
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
irreales
Una mujer estiró su larga caballera negra
y rasgueó en esas cuerdas susurros musicales
y murciélagos con caras de niños en la luz violeta
silbaron y batieron las alas
y se arrastraron cabeza abajo por una pared ennegrecida
e invertidas en el aire había torres
que doblaban campanas reminiscentes, que señalaban las horas
y voces cantando desde cisternas vacías y pozos agotados.
En este carcomido agujero entre las montañas
en la mortecina luz de la luna, la hierba canta
sobre las tumbas revueltas, cerca de la capilla
está la capilla vacía, solamente casa del viento.
No tiene ventanas, y la puerta se zarandea,
huesos secos no pueden dañar a nadie.
Sólo un gallo se erguía en la cumbrera
quiquiriquí quiquiriquí
en un fulgor de relámpago. Luego una ráfaga húmeda
portadora de lluvia.
Ganga estaba hundido, y las débiles hojas
esperaban lluvia, mientras las nubes negras
se acumulaban distantes, sobre Himavant.
La selva estaba agazapada, encorvada en silencio.
Entonces habló el trueno.
DA
Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo mío, sangre que turba mi corazón
la terrible osadía de un momento de renuncia
que un siglo de cordura nunca podría redimir
por esto hemos existido, y sólo esto,
que no ha de hallarse en nuestras necrologías
o en lápidas revestidas por la benéfica araña
o bajo sellos rotos por el seco notario
en nuestros cuartos vacíos.
DA
Dayadhvan: he oído la llave
girar en la puerta una vez y girar sólo una vez
pensamos en la llave, cada cual en su prisión
pensando en la llave, cada cual confirma una prisión
sólo al anochecer, rumores etéreos
reavivan por un momento a un Coriolano quebrantado
DA
Damyata: la barca respondió
alegremente, a la mano diestra en la vela y el remo
el mar estaba calmo, tu corazón hubiera respondido
alegremente, como invitado, latiendo sumiso
a manos que lo regulan
Me senté en la orilla
a pescar, con la árida llanura a mis espaldas
¿pondré al menos mis tierras en orden?
el puente de Londres se está cayendo cayendo cayendo
Poi s'ascose nel foco che gli afina
Quando fiam uti chelidon... oh golondrina golondrina
Le Prince d' Aquitaine a la tour abolie
con estos fragmentos he apuntalado mis ruinas
pues entonces te acomodaré yo. Hyeronimo está otra vez loco.
Datta. Dayadhva. Damyata.
Shantih Shantih Shantih


(versión del poeta argentino Alberto Girri)