viernes, 27 de mayo de 2011

LA DEBUTANTE por Leonora Carrington


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Leonora Carrington, la última surrealista, se apagó en México

Extraído de Gara, 27/05/2011

La pintora, escultora, grabadora, escritora, dramaturga y escenógrafa mexicana de origen inglés Leonora Carrington falleció ayer en México a los 94 años de edad tras una larga y novelesca vida de rebeldía y pasiones, que la llevó a huir del fascismo europeo y encontrar en el país azteca un nuevo hogar. Algunos la comparan con Frida Khalo.

LA JORNADA-AFP | MÉXICO D.F.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes confirmaba ayer a través de su cuenta de twitter la muerte de la artista. Así se conocía la noticia del fallecimiento de esta mujer legendaria que, pese a su avanzada edad, permaneció activa hasta el final. De hecho, el pasado 9 de abril asistió a la inauguración de la muestra escultórica «Leonora Carrington-Gunther Gerzo», exhibida en el centro cultural Estacion Indianilla de México D.F., que estaba enmarcada en una serie de actos de homenaje. Su figura ha estado también de actualidad con la reciente publicación de «Leonora» (Planeta), la novela en la que la conocida escritora y periodista Elena Poniatowska retrata y escarba en su historia y obra. «Creo que (Carrington) es cada vez más fuerte y que va a ser más fuerte a medida que pase el tiempo. Es, de veras, tan única como lo fue Frida Kahlo en su época; nada más que ella no quiso hacerse pública», apuntaba Poniatowska.

La pintora, escultora, grabadora, escritora, dramaturga y escenógrafa era considerada la última surrealista viva. De vida novelesca, nació en Chorley (Inglaterra) el 6 de abril de 1917, en una acaudalada familia, aunque era mexicana de adopción, a donde llegó después de un largo periplo; un país que convirtió en su hogar y donde residía alejada de la fama.

La artista se fue a los 20 años de su hogar y en la capital inglesa conoció al pintor surrealista Max Ernst (1891-1976), 26 años mayor que ella y de quien sería compañera algunos años pero sobre quien en los últimos años de su vida no quería ni oír hablar. Con él viajaría a París, donde congenió con artistas clave del movimiento surrealista como Salvador Dalí, Marcel Duchamp, André Breton y Pablo Picasso. Carrington participó en una magna exposición con otras figuras del movimiento en 1938, que se presentó en Amsterdam y París, pero poco después su vida entró en una etapa muy difícil cuando los nazis invadieron el Estado francés y Ernst, de origen alemán, fue arrestado y enviado a campos de concentración.

En 1940 Carrington llegó a la España franquista, donde, en medio de una enorme tensión, sufrió una crisis nerviosa y, por orden de su familia, fue ingresada en un manicomio en Santander, donde pasó un auténtico calvario. «Ella no estaba para nada enloquecida. Se enfrentó a la guerra y los locos fueron los que no entendieron el peligro de la guerra que vislumbró. Ella vislumbró a Hitler mucho más que cualquiera», en palabras de Poniatowska.

Pesadilla en el siquiátrico

Carrington huyó del siquiátrico y pidió ayuda en la embajada de México en Lisboa al periodista y escritor Renato Leduc, de cuya mano viajó a América, primero a Nueva York, donde se reunió con sus amigos del movimiento surrealista, y finalmente se estableció en México. Desheredada por su padre, un magnate textil, vivió en la capital mexicana con el periodista, a quien Poniatowska describe como «un hombre encantador, ingeniosísimo, muy mal hablado. Toda la gente lo quería, pero también era muy parrandero», razón por la que Leonora lo abandonó y poco después se casó con el fotógrafo húngaro Chiqui Weitz, padre de sus hijos Pablo y Gaby.

El trabajo de Leonora en México ha dejado su estela, incluyendo una serie de esculturas de gran tamaño que adornan el paseo de la Reforma, y su obra pictórica forma parte de la exposición permanente del Museo de Arte Moderno.

De Carrington dijo el Nobel mexicano Octavio Paz que era «un personaje delirante, maravilloso», «un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece».

«Pintar debe ser semejante a hacer zapatos»

En una entrevista publicada en «La Jornada Semanal» en 1996, una de las últimas y escasas que concedió, ya que no era amante de darse publicidad, Leonora Carrington hablaba de sus primeras impresiones de México, sobre el feminismo, sobre los animales o sobre su trabajo, entre otras cosas. Se reconocía gran amante de los animales, aunque no mostraba el mismo sentimiento hacia el ser humano: «Hay muchos animales que me gustan. El primero no es el ser humano; lo pongo en el lugar más bajo de mis preferencias: somos un animal terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie».

Restaba importancia a la pintura «No creo que uno pinte para alguien; pintar debe ser semejante a hacer zapatos. Una necesidad de conectar con las partes invisibles, los lugares invisibles de la psique humana». Y sobre la muerte: «Me da miedo morir. Tal vez soy cobarde, porque no sé lo que pasa cuando uno muere. Me interesa en el sentido de que quizás me revele algo, pero no me ha revelado nada hasta ahora. Pero quizás me revelará algo, por ejemplo qué pasa después de la muerte... Creo que en alguna parte cada uno de nosotros llevamos secretos, como en los huesos que se llevan los secretos de todo el pasado humano». ]

Autorretrato en el Albergue del Caballo de Alba (1937), de Leonora Carrington.



En la época que fui debutante, solía ir a menudo al parque zoológico. Iba tan a menudo que conocía más a los animales que a las chicas de mi edad. Era porque quería huir del mundo, por lo que me hallaba a diario en el zoológico. El animal que mejor llegué a conocer fue una hiena joven. Ella me conocía a mí también. Era muy inteligente. Le enseñé a hablar francés y a cambio ella me enseñó su lenguaje. Así pasamos muchas horas agradables.

Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. ¡Lo qué sufrí durante noches enteras! Siempre he aborrecido los bailes; sobre todo los que se daban en mi honor.

La mañana del uno de mayo de 1934, fui muy temprano a visitar a la hiena.

-¡Qué asco! -le dije-. Esta noche me toca asistir a mi baile.

-Tienes suerte -dijo ella-; a mí me encantaría ir. No sé bailar, pero en cambio sabría mantener una conversación.

-Habrá muchas cosas de comer -dije-. He visto llegar a casa carros repletos de comida.

-Y aún te quejas -replicó la hiena con desaliento-. Mírame a mí: yo sólo como una vez al día, y me tienen jeringada con tanta bazofia.

Se me ocurrió una idea audaz; estuve a punto de echarme a reír.

-No tienes más que ir en mi lugar.

-No nos parecemos lo bastante; si no, con gusto iría -dijo la hiena un poco triste.

--Escucha -dije-, con las luces de la noche no se ve muy bien. Con que te disfraces un poco, nadie se fijará en ti en medio de la multitud. Además, tenemos casi la misma estatura. Eres mi única amiga; anda, hazlo por mí. Por favor.

Se puso a pensar en esta posibilidad. Comprendí que estaba deseosa de aceptar.

-De acuerdo -dijo de repente.

No había muchos guardianes cerca, dado lo temprano de la hora. Abrí rápidamente la jaula, y en un instante estuvimos en la calle. Llamé un taxi. En casa, todo el mundo estaba aún en la cama. Una vez en mi cuarto, saqué el vestido que debía ponerme por la noche. Era un poco largo, y la hiena andaba con dificultad con mis zapatos de tacón alto. Encontré unos guantes con que ocultarle las manos, demasiado peludas para parecerse a las mías. Cuando el sol iluminó mi habitación, la hiena dio varias vueltas alrededor, andando más o menos derecha. Estábamos tan ocupadas que mi madre, que entró a darme los buenos días, estuvo a punto de abrir la puerta antes de que la hiena se escondiera debajo de la cama.

-Esta habitación huele mal -dijo mi madre, abriendo la ventana-; antes de esta noche date un baño con mis nuevas sales.

-Por supuesto -le dije.

No se entretuvo mucho. Creo que el olor era demasiado fuerte para ella.

-No te retrases para el desayuno -dijo al irse.

Lo más difícil fue encontrar un disfraz para la cara de la hiena. Estuvimos buscando horas y horas: rechazaba todas mis sugerencias. Por fin dijo:

-Creo que he encontrado la solución. ¿Tenéis criada?

-Sí -dije, perpleja.

-Pues verás: vas a llamar a la criada; cuanto entre, nos lanzamos sobre ella y le arrancamos la cara; llevaré su cara esta noche en lugar de la mía.

-No lo veo muy práctico -dije yo-. Probablemente se morirá en cuanto pierda la cara: alguien encontrará su cadáver, y nos meterán en la cárcel.

-Tengo la suficiente hambre como para comérmela -replicó la hiena.

-¿Y los huesos?

-También -dijo-. ¿Te parece bien?

-Sólo si me prometes matarla antes de arrancarle la cara. Si no, le va a doler demasiado.

-Bueno, eso me da igual.

Llamé a Marie, la criada, no sin cierto nerviosismo. Desde luego, no lo habría hecho si no odiara tanto los bailes. Cuando entró Marie, me volví de cara a la pared para no verlo. Debo reconocer que no tardó nada. Un breve grito, y se acabó. Mientras la hiena comía, estuve mirando por la ventana. Unos minutos después, dijo.

-Ya no puedo más; aún me quedan los pies, pero si tienes una bolsa, me los comeré más tarde, a lo largo del día.

-En el armario encontrarás una bolsa bordada con flores de lis. Saca los pañuelos que tiene y quédatela.

Hizo lo que le había indicado. A continuación, dijo:

-Date la vuelta ahora y mira qué guapa estoy.

Delante del espejo, la hiena se admiraba con el rostro de Marie. Se lo había comido todo cuidadosamente hasta el borde de la cara, de forma que quedaba justo lo que le hacía falta.

-Es verdad -dije-; lo has hecho muy bien.

Hacia el atardecer, cuando la hiena estuvo completamente vestida, declaró:

-Me siento en plena forma. Me da la impresión de que voy a tener un gran éxito esta noche.

Después de oír un rato la música de abajo, le dije:

-Ve ahora, y recuerda que no debes ponerte junto a mi madre: seguramente se daría cuenta de que no soy yo. Aparte de ella, no conozco a nadie. Buena suerte -le di un beso para despedirla, aunque exhalaba un olor muy fuerte.

Se había hecho de noche. Cansada por las emociones del día, cogí un libro y me senté junto a la ventana, entregándome a al paz y el descanso. Recuerdo que estaba leyendo Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Al cabo de una hora, quizá, surgió el primer signo de inquietud. Un murciélago entró por la ventana profiriendo grititos. Los murciélagos me dan un miedo espantoso. Me escondí detrás de una silla, castañeteándome los dientes. Apenas me había arrodillado, cuando un gran ruido procedente de la puerta sofocó el batir de alas. Entró mi madre, pálida de furia.

-Acabábamos de sentarnos a la mesa -dijo-, cuando el ser ese que ha ocupado tu sitio se ha levantado gritando: "Con que mi olor es un poco fuerte, ¿eh? Pues no como pasteles." A continuación se ha arrancado la cara y se la ha comido. Después ha dado un gran salto y ha desaparecido por la ventana

lunes, 23 de mayo de 2011

EL CUBILETE DE DADOS (fragmentos) por Max Jacob


[Max Jacob. (Quimper, Bretaña, 11 de julio de 1876 - † Campo de concentración de Drancy, 5 de marzo de 1944). Escritor, poeta, dramaturgo y pintor francés.

Amigo de Pablo Picasso, dejó sus estudios para seguir a los cubistas que se instalaron en Montmartre, París, donde conoció, entre otros, a Apollinaire, Modigliani y Juan Gris. Su producción inicial fue frenética, aunque no se conservan muchos de sus primeros escritos. Su obra Saint Matorel, de 1909, constituye su primera gran creación literaria en el terreno de la novela mística. Su éxito fue acompañado de diversas incursiones en el neoimpresionismo en la pintura, y el surrealismo y el dadaísmo en la literatura. Su obra más importante La siège de Jerusalem fue publicada en 1914, coincidiendo con su conversión al catolicismo.

Otras obras importantes fueron Le cornet à dés (El cubilete de dados, colección de poemas en prosa), La defensa de Tartufo (1919) y Le nom (1926). De origen judío, la Segunda Guerra Mundial le cogió en Saint-Benoit, donde fue apresado y dirigido al campo de concentración de Drancy, en el que murió en 1944.

(Extraído de Wikipedia)]



¡FALSAS NOTICIAS! ¡FOSOS NUEVOS!*

En la Opera, durante una representación de "Para la Corona", cuando Desdémona canta: "Mi padre está en Goritz y mi corazón en París" se ha escuchado un tiro en un palco de la quinta galería, después otro en las butacas, e, instantáneamente, se han desenrollado escalas de cuerda. Un hombre ha querido descender de los tejados pero una bala lo ha detenido a la altura del balcón. Todos los espectadores estaban armados y entonces se ha encontrado con que la sala sólo estaba llena de de... y de... Luego se han realizado asesinatos de los vecinos, arrojando petróleo inflamado. Ha habido asaltos en las butacas, en el proscenio, entre bastidores y esta batalla ha durado dieciocho días. Quizá se haya abastecido a los dos campos, no lo sé, pero lo que puedo asegurar es que los periodistas han venido para un espectáculo tan horrible. Uno de ellos estando sufriendo ha enviado a su madre y ésta se ha interesado mucho por la sangre fría de un elegante joven francés que ha pasado dieciocho días en el proscenio sin tomar nada más que un poco de caldo. Este episodio de la guerra de los Balcones ha contribuido mucho a los alistamientos voluntarios en provincias. Y al borde de mi acera, bajo mis árboles, yo he visto a tres hermanos con uniformes completamente nuevos que se han abrazado con los ojos secos, mientras que sus familias buscaban mallas en los armarios de las bohardillas.


EL SOMBRERO DE PAJA DE ITALIA

En el sitio donde Argel hace presentir Constantinopla, las charreteras de oro no fueron otra cosa que ramas de acacia, o recíprocamente. Están de moda los racimos de uvas de celuloide que llevan como joyas las señoras a todas partes. Un caballo, que había comido los pendientes de las orejas de una de mis bellas amigas, ha muerto envenenado pues el carmín de su hocico y la fuscina del jugo de la parra componen un veneno mortal.

Peso: 12, 5.

Densidad: 4.

Atmósfera ambiente: 2, 75.

Dedicatoria: A la señora Marquesa de M...

Color: Castaño.

Forma: En volutas.


Max Jacob retratado por Modigliani.

LA NOVELA

Yo no he tenido nunca más que un cuartito bajo y burgués para mí: dos pequeñas ventanas en Quimper que daban a un balconcito. Al volver del colegio allí estaban nuestras miradas. Un día, para vengarse de alguna broma, arrojaron por la ventana tinta sobre mi abrigo. ¡Qué maldad! ¡Eran perlas violetas! Agarré el puño culpable y saqué afuera la mano de una mujer con peinador. Esta mujer debía un día ser la mía.



NOVELA FOLLETIN

Ante el hotel de Chartres de detuvo un automóvil. Averiguar quién era el ocupante, si era Toto o si era Totel, eso es lo que querríais saber, pero no lo averiguaréis nunca... nunca... Las visitas de los parisienses han favorecido mucho a los hoteleros de Chartres, pero la asiduidad de estos últimos ha perjudicado a los parisienses por varias razones. Un criado del hotel agarró las botas del dueño del auto para sacarles brillo, pero las limpió mal porque la abundancia de autos en los hoteles impedía tomar las disposiciones necesarias para una buena limpieza del calzado: afortunadamente, la misma abundancia impidió a nuestro héroe darse cuenta de que sus botas estaban mal lustradas. ¿Qué venía a hacer nuestro héroe en esta antigua ciudad de Chartres, sobradamente conocida? Venía a buscar médico porque no hay bastantes en París, en relación con el número de enfermedades.


EL CISNE

El cisne se caza en Alemania, patria de Lohengrin. Sirve de marca a un cuello postizo en los urinarios. Sobre los lagos se le confunde con las flores y su forma de barco produce admiración. Además se le estrangula sin piedad para hacerle cantar. La pintura utilizaría gustosa el cisne, pero carecemos de pintura. Cuando tiene tiempo de metamorfosearse en mujer antes de morir, su carne es menos dura que en el caso contrario: los cazadores estímanle entonces con preferencia. Bajo el nombre de patos del norte los cisne sirven para formar el edredón. Y se llaman hombres cisnes u hombres insignes a aquellos que tienen el cuello largo como Fenelón, cisne de Cambrai. Etc.


NOVELA DE AVENTURAS

¡Entonces es verdad! ¡Heme aquí como Filóctetes, abandonado por el barco sobre una roca desconocida, porque tengo herido un pie! La desgracia es que mi pantalón me fue arrebatado por el mar. Según informes, no estoy en otro lugar sino sobre la ribera de la púdica Inglaterra. "No tardará en encontrar un policía". Y esto es lo que sucedió. Hablaba francés y me dijo en mi lengua: "¿No me reconoce usted, soy el marido de su criada inglesa?". Llevaba una razón que no le admití: y es que nunca he tenido una criada inglesa. Me condujo a una ciudad próxima, ocultando mi desnudez tal como pudo, y desde allí a casa de un sastre. Y como yo quisiese pagar: "Inútil, -me dijo-, fondos secretos de la policía" o "de la cortesía", pues no he comprendido muy bien la palabra.


Caligrama de Max Jacob


EN BUSCA DE UNA POSICION SOCIAL

A pesar de los brazos en los hombros, los luises de oro y los billetes de banco que se arrojan a las jóvenes, éstas llevan sus chalecos protegidos por revólveres fortificados. Jerónimo Paturot renunció a la vida de café, empezó su intimidad, era el mismo Mac... Ferlán. Fundó una banca, sociedad anónima por acciones para la compra y distribución de las obras del Greco a los accionistas, pero se le demostró que los cuadros tienen un curso muy variable. Hay días en los que un Rafael no valdría treinta céntimos.

Entonces se hizo redactor de catálogos para casas de modas; mas para ello hubiera precisado conocer la literatura, pues debe formarse la biblioteca de nuestros elegantes. ¡Al fin se hubiese convertido en comerciante de las cuatro estaciones, pero no tenemos estaciones!


ESTALLIDO DEL GRAN CORDON

El entierro habíase efectuado ya la víspera, pero fue necesario recomenzar, por un error de trayecto. En la calle Real otro accidente: se desprendió una rueda del coche de muerto. Se utilizó al maestro de ceremonias. Tomó las coronas en la misma mano que su bastón. Una de ellas decía: "Cátulo Mendis, mi maestro". Otra: "Al amigo joven demasiado discreto que no quiso nunca confiarnos sus miserias".

Y la jovencita que le había cuidado tanto, lloraba, lloraba caudalosamente con la nuca rubia entre los velos. Mas, por la tarde, fue preciso que marchase a representar en la comedia de la Puerta San Martín: a la máscara egipcia, despellejada en la barba ella prefirió esta barba y estos cabellos de meridional, pero la barba se prendió fuego y estalló el gran cordón.


CINEMATOGRAFÍA

Una familia de provincia en un coche: es algo raro que las dos criadas vayan en la capota, las trasladan después al pescante y por último a la bigotera donde se duermen. Durante este tiempo dos ladrones han subido a la capota y se entregan a excentricidades. Ponen orejas de cartón a todos los durmientes y a la mañana siguiente, el señor, la señora y las criadas no se conocen.


DESENREDO

La humareda del barco de vapor oscurecía el cielo y ocultaba el sol.

Semejante a Santa Ana, una mujer, al pie de la chimenea, se moría, erguida sobre las tocas blancas de monja. Su cara, como el papel, estaba surcada por las arrugas de la ironía y el dolor. ¡Oh, Santa Ana, intentad sonreíd! Ved aquí a vuestro hijo monseñor el Duque de Orleans. Es él mismo, que ha sido vuelto a apresar por el pirata mejicano del traje estepario.

¡Fuma, fuma, barco de vapor, oscurece la luz del sol!

Monseñor el Duque de Orleans bizca un ojo, su ojo blanco; tiene un cuello postizo a la moda de 1885, una gran levita y los cabellos alborotados. Monseñor el Duque de Orleans tiende a Santa Ana un papel cubierto de líneas a lápiz.

"Reconozco por hijo mío, etc..."; y el papel está borroso, y el pirata pasea en torno a un sombrero de teatro.


LOS DOS PUBLICOS DE SELECCIÓN

El día de la gran carrera hípica, la reina madre llevaba medias de terciopelo azul. Cerca de una barrera, se aproximó la amante del rey: "Príncipe, le dijo, esta mujer no es nuestra madre; usurpa las prerrogativas del trono". El rey hizo en un largo discurso el elogio de la prostitución, y se casó con su amante, una prostituta. Un doméstico de lente, que dormía en la cocina sobre un hornillo de porcelana decorada, se alegró de este matrimonio. ¿Qué opina el público distinguido? El público de los estrenos ha encontrado demasiado largo el discurso sobre la prostitución, que el otro público de selección ha aplaudido mucho.


CUENTO

En el valle tan luminoso, quisiera cantar los roquedos de conos sucesivos, los árboles tan claros y el perfil de la ogresa cuyos aretes de las orejas formaban la escalera exterior del castillo. Esta hubiese devorado el caballero negro que era la cadena del prisionero, sujeta a la cola negra del caballo. Temía que la cadena le hiriese los dientes y se contentó con la primera rata a su alcance.


[*En el original en francés se da un juego de fónico entre "fausses nouvelles" y "nouvelles fosses" intraductible en español]

martes, 17 de mayo de 2011

¿PABLO NERUDA FUE ASESINADO?

[Me hago eco de una noticia bomba que ha salido a la luz estos días a raíz de que el que fuera asistente y chófer del gran poeta chileno Neruda, Manuel Araya, dijera que éste había muerto a causa de una inyección letal suministrada por agentes de la dictadura de Pinochet. Recordemos que Neruda padecía un cáncer de próstata y que, según la versión más conocida, fue esta enfermedad la que le llevó a la tumba. Muchos medios de izquierda han dado difusión a la versión de Araya tras ser entrevistado por el corresponsal Francisco Marín del diario mexicano Proceso, aunque la Fundación Neruda la ha desmentido. Yo no tengo suficiente información para pronunciarme sobre su veracidad pero creo que no está demás conocer otras versiones distintas a la oficial. El respetable verá si le da crédito o no.]


PABLO NERUDA FUE ASESINADO

Extraído de Librered.net

El asistente del premio Nobel de Literatura, Manuel Araya -quien estuvo a su lado en sus últimos días- cuenta un secreto que lo ahoga: el poeta “fue asesinado”. Y sostiene que la orden vino de Augusto Pinochet: “¿De qué otra parte iba a salir?”.

Todo estaba dispuesto para que el poeta y premio Nobel de Literatura Pablo Neruda se exiliara en México. Había viajado de su casa en Isla Negra a Santiago de Chile y un avión enviado por el gobierno mexicano estaba listo para recogerlo.

Sin embargo, tuvo que ser internado en la clínica Santa María. Avisó por teléfono a su mujer, Matilde Urrutia, y a su asistente Manuel Araya que un médico le había puesto una inyección en el estómago. Unas horas después murió. Araya -quien estuvo al lado del poeta en sus últimos días- cuenta a Proceso un secreto que lo ahoga: el poeta “fue asesinado”.

El poeta chileno Pablo Neruda “supo a las cuatro de la madrugada (del 11 de septiembre de 1973) que había un golpe de Estado. Se enteró a través de una radio argentina que captaba por onda corta. Ésta informaba que la marina se había sublevado en Valparaíso.

“Trató de comunicarse a Santiago, pero fue imposible. El teléfono estaba fuera de servicio. Recién como a las nueve de la mañana confirmamos que el golpe se había concretado. (…) Ese 11 de septiembre fue un día caótico y amargo porque no sabíamos qué iba a pasar con Chile y con nosotros.”

Manuel Araya Osorio habla de Neruda con la familiaridad de quien ha compartido momentos cruciales con un personaje histórico. Y sí. Fue asistente del poeta desde noviembre de 1972 -cuando regresó de Francia- hasta su muerte el 23 de septiembre de 1973.

El corresponsal se reunió con este personaje el pasado 24 de abril en el puerto de San Antonio. La entrevista se llevó a cabo en la casa del dirigente de los pescadores artesanales chilenos Cosme Caracciolo, a quien Araya le pidió ayuda para develar un secreto que lo ahogaba: “Lo único que quiero antes de morir es que el mundo sepa la verdad, que Pablo Neruda fue asesinado”, asegura a Proceso.

Sólo el diario El Líder, de San Antonio, dio cuenta parcial de su versión el 26 de junio de 2004. Pero no trascendió por la poca influencia de este medio.

Araya afirma que siempre ha querido que se haga justicia. Cuenta que el 1 de mayo de 1974 le propuso a Matilde Urrutia, viuda de Neruda, aclarar esa muerte. Ambos fueron testigos de sus últimas horas: durmieron, comieron y convivieron en la misma habitación a partir del golpe del 11 de septiembre de 1973 y hasta la muerte del poeta, 12 días después, en la clínica Santa María de Santiago.

Pero Araya afirma que Matilde -quien murió en enero de 1985- no quiso tomar acción alguna para fincar eventuales responsabilidades. Según él, Urrutia le dijo: “Si inicio un juicio me van a quitar todos los bienes”. Araya cuenta que en otra ocasión tuvieron una discusión que marcó un quiebre final en su relación con la viuda. “Me dijo que lo que había pasado era cosa de ella y no mía, porque yo ya había terminado de laborar con Pablo, ya no era trabajador y no teníamos nada que ver”.

“Neruda quería que cuando muriera, la casa de Isla Negra quedara para los mineros del carbón (…) Pero la fundación (Pablo Neruda) se apropió de su obra y no ha concretado ninguno de sus sueños. A ellos (los directivos de la fundación) sólo les interesa el dinero”, espeta.

Afirma que hace dos años le entregó a Jaime Pinos, entonces director de la Casa Museo de Isla Negra, de la fundación, un relato sobre los últimos días del poeta. “Pero no han hecho nada con esa información, ni siquiera la han dado a conocer. No quieren que la verdad se sepa (…) Nunca me han dado la palabra en los actos que organizan ni siquiera en las conmemoraciones de su muerte”.

Araya proviene de una familia de campesinos de la hacienda La Marquesa, cerca de San Antonio. Cuando tenía 14 años fue acogido en Santiago por la dirigente comunista Julieta Campusano, quien le dio trato de ahijado.

Este vínculo le ayudó, pues Campusano llegó a ser senadora y la mujer más influyente del Partido Comunista, y gestionó que Araya recibiera una preparación especial en seguridad e inteligencia, entre otras materias. Araya escaló rápido. Fue mensajero personal de Allende antes de fungir como principal asistente de Neruda.

Araya, quien hacía de chofer, mensajero y encargado de seguridad de Neruda, acepta que el autor de Canto general tenía cáncer de próstata, pero no cree que esa enfermedad lo matara. Asegura que dicho padecimiento “estaba controlado” y que Neruda “gozaba de buena salud, con los achaques propios de una persona de 69 años”.

“Abandonados”

Araya dice que después del golpe del 11 de septiembre, Neruda, su mujer y el resto de los habitantes de la casa de Isla Negra quedaron “solos y abandonados”. El contacto con el mundo exterior se reducía a las noticias que les llegaban a través de una pequeña radio que Neruda sintonizaba, a las esporádicas conversaciones telefónicas de un aparato que sólo recibía llamadas y a lo que les contaban en la hostería Santa Elena, cuya dueña “era de derecha y sabía todo lo que pasaba”.

Cuenta que el 12 de septiembre llegó un jeep con cuatro militares. “Todos llevaban los rostros pintados de negro. Yo salí a recibirlos. (…) El oficial me preguntó quiénes estaban en la casa. Le tuve que decir que en ese momento estaban Cristina, la cocinera; la hermana de ésta, Ruth; Patricio, que era jardinero y mozo; Laurita (Reyes, hermana de Neruda); la señora Matilde, Pablito (Neruda) y yo.

“El oficial nos señaló que en el domicilio no podía quedar nadie más que Neruda, Matilde y yo. Entonces tuvimos que arreglárnoslas entre los tres: dormíamos en la recámara matrimonial que estaba en el segundo piso. Yo dormía sentado en una silla, arropado con un chal. Lo hacía para estar más cerca de Neruda, porque no sabíamos lo que nos iba a pasar.”

El 13 de septiembre, cerca de las 10 de la mañana, los militares allanaron la casa. Araya dice que eran como 40 soldados que venían en tres camiones. Iban armados con metralletas, con las caras pintadas de negro y uniforme de camuflaje. Vestidos y pertrechados “como si fueran a la guerra”.

Recuerda: “Entraban por todos lados: por la playa, por los costados (…) Salí al patio para preguntar qué querían. Hablé con el oficial que daba las órdenes. Me dijo que abriera todas las puertas. Mientras revisaban, destruían y robaban, los militares preguntaban si había armamento, si teníamos gente escondida adentro, si ocultábamos a líderes del Partido Comunista (…) Pero no encontraron nada. Se fueron callados. No pidieron ni perdón. Se sentían dueños y señores del sistema. Tenían el poder en las manos”.

Añade que como a las tres de la tarde, poco después de que se habían ido los soldados, llegaron marinos. “Estuvieron más de dos horas. También allanaron la casa y robaron cosas. Registraban con detectores de metales. (…) La señora Matilde me contó que el mandamás de los marinos entró al dormitorio de Neruda y le dijo: ‘Perdón, señor Neruda’. Y se fue”.

Araya recuerda que durante varios días la marina puso un buque de guerra frente a la casa del poeta. “Neruda decía: ‘Nos van a matar, nos van a volar’. Y yo le decía: ‘Si nos tenemos que morir, yo voy a morir en la ventana primero que usted’. Lo hacía para darle valor, para que se sintiera acompañado. Entonces le dijo a la señora Matilde: ‘Patoja -que así la nombraba-: mire el compañero, no nos va a abandonar, se va a quedar aquí’”.

Araya cuenta que conversaciones de ese tipo tenían lugar en la pieza del matrimonio: ellos acostados y él sentado a los pies de la cama. “Nos preguntábamos que haríamos nosotros solos. Pensábamos que a Neruda lo iban a asesinar. Entonces, resolvimos que la única opción era salir del país”.

El viaje

Araya narra que Neruda le dijo que su plan era instalarse en México y una vez en ese país pedir “a los intelectuales y a los gobiernos del mundo entero ayuda para derrocar a la tiranía y reconstruir la democracia en Chile”.

Rememora: “Desde la hostería Santa Elena -a menos de 100 metros de la casa de Isla Negra- nos comunicamos con las embajadas de Francia y México. La de México se portó un siete (nota máxima en el sistema educativo chileno). El embajador (Gonzalo Martínez Corbalá) se movilizó para ayudarnos. Creo que el 17 de septiembre nos llamó para decirnos que se había conseguido una habitación en la clínica Santa María. Allí deberíamos esperar la llegada de un avión ofrecido por el presidente Luis Echeverría”.

El problema era trasladar al poeta a la clínica. “Con Neruda y Matilde pensamos que la mejor y más segura manera de llegar hasta allá era en una ambulancia. Mi misión era conseguirla. Viajé a Santiago en nuestro Fiat 125 blanco y pude arrendar una ambulancia. (…) Recuerdo que ofrecí como seis veces más de lo que me cobraban para asegurar que efectivamente fueran a buscarnos. Acordamos que fueran el 19, porque ese día la clínica tendría todo dispuesto para recibir a Pablito.

“Llega el 19 y solicitamos a Tejas Verdes (el regimiento militar de la provincia de San Antonio) permiso para trasladar a Neruda. Me dijeron: ‘No estamos dando salvoconductos, menos a Neruda’. A pesar de la negativa decidimos partir. La ambulancia entró hasta la puerta que daba a la escalera de su dormitorio. (…) Al salir se despidió de su perrita Panda, se subió a la ambulancia y se acostó en la camilla. Neruda y Matilde se fueron en la ambulancia. Yo los seguí muy de cerca en el Fiat.”

“El viaje fue triste, caótico y terrible. Nos controlaban cada cuatro o cinco kilómetros, parecía imposible llegar a nuestro destino. Imagínese que salimos a las 12:30 y llegamos a las 18:30 a la clínica (distante poco más de 100 kilómetros de Isla Negra).

“En Melipilla fue el control más maldito. Allí Neruda vivió el momento más terrible. (…) Los militares lo bajaron de la ambulancia y le registraron el cuerpo y la ropa. Decían que buscaban armas. Él pedía clemencia, decía que era un poeta, un premio Nobel, que había dado todo por su país y que merecía respeto. Para ablandar sus corazones les decía que iba muy enfermo, pero las humillaciones continuaban. En un momento lloramos los tres tomados de la mano porque creíamos que así iba a ser nuestro fin.”

Finalmente la ambulancia llegó a la clínica tres horas más tarde de lo acordado. “Como llegamos muy cerca de la hora del toque de queda, no pudimos hacer nada más que quedarnos todos en la clínica a dormir (…)

“El embajador Martínez Corbalá fue a vernos al día siguiente. Y también el francés, que nunca supe cómo se llamaba. También recibimos la visita de Radomiro Tomic y Máximo Pacheco (dirigentes democratacristianos), de un diplomático sueco, y de nadie más.”
La inyección misteriosa

Araya dice que los primeros días en la clínica transcurrieron sin sobresaltos. El 22 de septiembre, la embajada de México avisó que el avión dispuesto por su gobierno tenía programado salir de Santiago rumbo a México el 24 de septiembre. Le comunicó además que el régimen militar había autorizado su salida.

“Entonces Neruda nos pidió a mí y a Matilde que viajáramos a Isla Negra a buscar sus cosas más importantes, entre éstas sus memorias inconclusas. Creo que eran Confieso que he vivido. Al día siguiente -23 de septiembre- partimos temprano hacia la casa de Isla Negra. (…) Dejamos a Neruda muy bien en la clínica, acompañado por su hermana Laurita, que llegó ese día a acompañarlo.”

Asegura que Neruda estaba “en excelente estado, tomando todos sus medicamentos. Todos eran pastillas, no había inyecciones. Nosotros nos preocupamos de recoger todo lo que nos indicó. Estábamos en eso cuando Neruda nos llamó como a las cuatro de la tarde a la hostería Santa Elena, donde le dieron el recado a Matilde, quien devolvió la llamada. Neruda le dijo: ‘Vénganse rápido, porque estando durmiendo entró un doctor y me colocó una inyección’.

“Cuando llegamos a la clínica, Neruda estaba muy afiebrado y rojizo. Dijo que lo habían pinchado en la guata (el estómago) y que ignoraba lo que le habían inyectado. Entonces le vemos la guata y tenía un manchón rojo.”

Araya recuerda que momentos después, cuando se estaba lavando la cara en el baño, entro un médico que le dijo: “Tiene que ir a comprarle urgente a don Pablo un remedio que no está en la clínica”.

Fue a comprar el medicamento y Neruda se quedó con Matilde y Laurita. “En el trayecto me siguieron sin que yo me diera cuenta. El médico antes me había dicho que el medicamento no se encontraba en el centro de Santiago, sino en una farmacia de la calle Vivaceta o Independencia. Cuando salí por Balmaceda para entrar a Vivaceta aparecieron dos autos, uno por detrás y otro por delante. Se bajaron unos hombres y me pegaron puñetazos y patadas. No supe quiénes eran. Me cachetearon harto y luego me pegaron un balazo en una pierna.

“Después de todo lo que me pegaron terminé muy mal herido en la comisaría Carrión, que está por Vivaceta con Santa María. Luego me trasladaron al estadio Nacional donde sufrí severas torturas que me dejaron a un paso de la muerte. El cardenal Raúl Silva Henríquez logró sacarme de ese infierno. Por eso estoy vivo.”

Neruda murió a las 22:00 horas en su habitación -la número 406- de la clínica Santa María.

Consultado por Proceso, el director de archivos de la Fundación Neruda, Darío Oses, dio a conocer la posición de esta institución respecto de la muerte del poeta:

“No hay una versión oficial que maneje la fundación. Ésta se atiene a los testimonios de personas cercanas a Neruda en el momento de su muerte y de biógrafos que manejaron fuentes confiables. Hay bastantes coincidencias entre las versiones de Matilde Urrutia en su libro Mi vida junto a Pablo, la de Jorge Edwards en Adiós poeta y la de Volodia Teitelboim en su biografía Neruda.

La causa de muerte fue el cáncer. Uno de los médicos que lo trataba, al parecer el doctor Vargas Salazar, le había advertido a Matilde que la agitación que le producía al poeta el enterarse de lo que estaba ocurriendo en Chile en ese momento podía agravar su estado. A esta situación también contribuyeron el allanamiento de su casa (…) y el traslado en ambulancia (…) con controles y revisiones militares en el camino.”

Pero Manuel Araya dice no tener duda alguna: “Neruda fue asesinado”. Y sostiene que la orden vino de Augusto Pinochet: “¿De qué otra parte iba a salir?”.



Consejos para Allende

Francisco Marín

VALPARAÍSO, CHILE.- El presidente chileno Salvador Allende era el visitante más asiduo de Pablo Neruda en su casa de Isla Negra. “Cuando iba, Allende siempre le pedía consejos al poeta porque éste era muy sabio en política”, sostiene Manuel Araya Osorio, exasistente personal de Neruda.

Recuerda, por ejemplo, los consejos que Neruda le dio a Allende sobre las fuerzas armadas en las semanas previas al cuartelazo, cuando el 23 de agosto de 1973 la derecha y los militares golpistas forzaron la renuncia del general Carlos Prats González, comandante en jefe del ejército.

“Tenemos que descabezar a las fuerzas armadas… Los de nosotros hacia acá y los otros hacia un lado”, le decía Neruda al presidente.

Araya lamenta que El Chicho (Allende) no le hiciera caso al poeta en este tema. “Si lo hubiera hecho, la historia habría sido bien diferente. Otro gallo hubiera cantado, todavía estaríamos en el poder”, dice convencido.

Y cuenta que el 10 de septiembre de 1973 -un día antes del golpe militar- Neruda le pidió que viajara a Santiago para entregarle un mensaje al presidente Allende. Se trataba de una invitación a la inauguración de Cantalao, el refugio para la inspiración y el descanso de los poetas, que sería precisamente el 11 de septiembre.

En entrevista con Proceso, Mario Casasús, estudioso de la vida de Neruda y corresponsal en México de El Clarín de Chile, dice que Neruda había escrito los estatutos de la fundación Cantalao. A ésta traspasaría los terrenos de la casa de los poetas del mismo nombre, que están muy cerca de su casa de Isla Negra.

Araya afirma que Allende lo recibió en su despacho. “Estaba caminando, parecía nervioso. Leyó la nota de Neruda e inmediatamente redactó una respuesta. Sin leerla me la guardé en un bolsillo. (…) No tengo idea lo que decía ese mensaje, pero el presidente me dijo: ‘Dígale al compañero (Neruda) que mañana yo voy a ir a la Universidad Técnica (donde anunciaría la realización de un plebiscito) y que posiblemente haya ruidos de sables este 11 de septiembre’”.

Dice que Neruda, al conocer el mensaje, se quedó muy preocupado porque entendía el curso que estaban tomando los acontecimientos. “Esa noche casi no durmió”.

Ese 11 de septiembre “nosotros quedamos completamente abandonados y solos” afirma Araya. “La muerte del presidente Salvador Allende afectó mucho a don Pablo. Sin embargo él se sentía con la fuerza y entereza necesaria para seguir luchando por lo que creía justo”.

“Las noticias emitidas por los medios de comunicación nacionales eran manipuladas por el régimen militar. Sabíamos que eran falsas, que todo era mentira.”

Araya narra que Neruda se deprimió mucho. Él le pidió que no se pusiera triste. “Le dije que los militares en un mes le iban a entregar el poder a la Democracia Cristiana”.

Neruda le replicó: “No compañero, esto va a durar muchos años, como ocurrió en España. Yo conozco la historia, usted no sabe de golpes de Estado”.

Francisco Marín /
Proceso

lunes, 16 de mayo de 2011

ROTONDA





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