martes, 5 de julio de 2011

DÉDALO (fragmento) por Juan José Domenchina


[Nacido en Madrid en 1898 y muerto en el exilio en México en 1959, Domenchina fue novelista y poeta de vanguardia y secretario de Manuel Azaña. Se casó con la también poeta Ernestina de Champourcin. Como poeta se inició en el neobarroquismo (fue gran admirador de Quevedo) con una serie de poemarios de léxico rebuscado y formas clásicas como el soneto (ej. El tacto fervoroso). Pero pronto recibe la influencia de las vanguardias literarias del primer tercio del siglo XX, especialmente Joyce y Eliot, y deriva hacia la experimentación y el verso libre. De esta época es el ambicioso poemario Dédalo (del cual reproduzco el primer fragmento), en el que el influjo del surrealismo en la temática y la imaginería es bastante patente. Aún así, como se puede ver, la vena barroca del autor persiste en el uso de palabras cultas, sobre todo esdrújulas, y neologismos.]


Bajo un sol anémico, aún en fárfara
(hombres blandos, ternillas de hombre, palmípedos de extremidades membranosas, reclusos en húmedas binzas, pero todavía libres del agobio calcáreo e infamante del cascarón),
en la llanura paludosa, donde las charcas viven para añorar el meteórico tumulto
(líquenes: rezago y fruición última de un imperio fluido),
junto a las viviendas lacustres
que flotan a merced de sus caireles o cabelleras vegetales
(desmidias, aldrovandas: vesículas de atmósfera!)
suena ecoico, en los musgos, un largo trasiego de aguas.
El tremedal dice la palabra del cieno:
(Ojos perdidos en la ausencia, voluntad nómada:
un soplo errante decapita el álito de las altiplanicies.
Ya no hay más, aguas; quizá sólo unas nubes o vellones dispersos
sobre la tristeza humilde y húmeda donde florece el licopodio,
tierras alagadizas, con un verdín perenne,
ojos de mujer, fáciles a las lágrimas, charcos.
Aún sorda, ensordecida por el clamor de las aguas,
llanura de miedos!)

"Mi dolor es cuando se desentierran las sombras.
¡Ay cómo grita la mandrágora en gritos de raíces de carne!
Miembros viscosos en cortorsión, blanquizcos,
gelatina pelágica para una eternidad de futuros,
ya piedra en el numen de Decaulión y su prole.

Fiebres jaldes, fiebres del icor, del lentor,
fiebres del telúrico puerperio,
sobre la tierra monda, aguazal de míseros, corrupto, donde aún sobrenadan las siete densidades del hombre,
es decir, la enjundia de la creación indeleble!

No hay más, apenas: la resurrección de la carne,
que bosteza ahítos de diluvio sin término
(deidad fecunda y húmeda, mujeres por doquier como algas)
bajo la calentura verdinegra de los pantanos
que suben sus mosquitos hacia el desdén de los cielos incorruptibles."



Laberinto de Leonora Carrington