miércoles, 3 de agosto de 2011

BARCO EBRIO (fragmento) por Salvador Reyes


[No, no me he equivocado de autor. No se trata del Bateau Ivre de Rimbaud sino de una colección de poemas marítimos del chileno Salvador Reyes inspirados por el archiconocido poema del niño prodigio de la poesía francesa. Salvador Reyes Figueroa fue uno de los más destacados cantores del mar de la vanguardia chilena de los años 20 del siglo pasado. Poeta y marino, Salvador Reyes escribió en la revisa Claridad dirigida por otro gran poeta marítimo, Alberto Rojas Jiménez. El libro se publicó en 1922 y fue catalogado por la crítica como "ultraísta" y ciertamente tiene mucho del lenguaje de la vanguardia pero también tiene mucho de spleen romántico, de amores dejados atrás y de despedidas en puertos. Hay que destacar que si bien el océano es un tema muy recuerrente en la poesía chilena del siglo XX (Huidobro, Rojas Jiménez, Neruda, etc.), Reyes Figueroa fue uno de los primeros en elevar al mar a la categoría de objeto poético. Sin duda su experiencia como navegante le hacía contar con ventaja. El libro está disponible para su descarga en http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0011400.pdf]



E V O C A C I Ó N

TELARAÑAS de jarcias,
laberinto de mástiles sonoros:
frente a los puertos canta la nostalgia.
Su mano iba desnuda
a1 encuentro de todos los adioses
por la emoción doliente de las rutas
Y su elegancia envenenó la tarde
con el aroma y el presentimiento
de lo que nunca volverá a encontrarse...
Ella fue, acaso, quien prendió en mi vida
la canción que cantaran por el mundo
sus labios de incansable peregrina...
Frente a las puertos canta la nostalgia
y las manos se alargan suplicantes
hacia los barcos magicos que zarpan.

Para un éxodo de melancolía
los viejos marineros silenciosos
tienden el puente de humo de sus pipas.

Y el corazón se queda sollozando
por el recuerdo de una mujer triste
que en un barco, una vez, pasó a su lado...


P U E R T O

DE los “steamers” elegantes
desborda el oro recogido
en los ocasos de otros mares.
Se exalta la emoción
divina de los viajes.
Sugieren aventuras imposibles
las algaradas de los tripulantes.
El corazón se enreda
en las complicaciones de los mastiles.
Las mujeres de abordo
traen aromas de la vida errante
y encendido en sus ojos el recuerdo
de Paris, de New York, de otras ciudades...
El puerto sueña frente al horizonte
donde se agota el oro de otras tardes
y acoge el corazón de los marinos
en sus tabernas y en sus arrabales.
Los hombres vagabundos
llenan las noches con las claridades
canallescas y locas
que traen de las grandes capitales.
La voluptuosidad torturadora
del ansia de alejarse
grita un adiós desesperado y bello...
Se perfuma el recuerdo de otros mares.. .


B A R C O

EL velamen
empapado en la charca de la tarde
y un marinero viejo
en la popa, fumando
tabaco de silencio.
No se acorta la estela del recuerdc
Girones de aventuras
se enredan a loss mastiles
y ensangrientan la ruta.
Nostalgia... Vida...
(El cargamento
desborda en las escotilla)
El viento agita su pañuelo:
Adiós...
Adiós...

Mujeres errantes
en la tristeza de todos los mares.

Los labios cantan,
pero en los puertos
siempre las manos cortan las amarras.


R U T A

EN mi pipa recibo
los radiogramas del recuerdo,
Con las estelas de todas
las quillas que me han precedido
fabricO una mortaja
para la canciÓn de su nombre.
Cuatro estrellas
crucifican la noche.
¡Su nombre!
Inclinado en la borda
lo siento llegar en las tristes
corrientes del norte.
Lejos,
los puertos sucios
perfilan sus gritos de vicio
y de adioses.




Ilustración de Franz Masereel


S A U D A D E

PUÑALES de caminos
cortaron las palabras.

Por ti mi soledad caza crepúsculos
y les rompe las alas.

Hacia tus pies desnudos
va a morir el oleaje de mis días.

Tú callas.

Y los cuatro horizontes
se amarran con las letras de tu nombre,

Yo te entregué el Otoño
y lo perdiste.

Sin embargo, llorabas.

Y en el jardín llovido
por tu recuerdo
vuelvo a beber tus lágrimas.


S O M B R A

Yo dejé mi poema
en aquel puerto de oro

¿Recuerdas?

Verso extraviado,
rosal sin nombre
florecido en las jarcias
del barco del crepúsculo.
Yo dejé mi poema
sobre tu pecho.

Sangraba.

Era toda una vida
que no he de vivir nunca:
tú y el mar incendiado de canciones y de piratas.

Poniente rojo.

Tú tan blanca,
con las manos tendidas a las naves en marcha...

¡Pero yo sólo supe
que de tu propio corazón zarpaban!