jueves, 8 de diciembre de 2011

¡LA LIBERTAD O EL AMOR! (fragmentos) por Robert Desnos


[Poeta francés nacido en Paris en 1900. Después de dejar el colegio a los 16 años, trabajó como empleado de farmacia y empezó a mostrar interés en la literatura publicando escritos en una revista de corte socialista llamada La galería de los jóvenes. En 1919 publicó los primeros poemas en Le fard de argonautes y se reunió con André Breton, Péret, Tzara y Aragon, integrándose en 1920 al grupo surrealista. Mostró sus habilidades literarias jugando con el idioma, y convirtiéndose en un experto de la "escritura automática" en sus poemas titulados "Oasis" y "Asilo amigo". Para ganarse la vida ejerció luego como periodista, publicando crónicas sobre películas, música y teatro. Hacia 1929 se alejó del movimiento surrealista en la gran crisis que señaló el segundo manifiesto de André Breton. Continuó escribiendo en el siguiente decenio publicando obras que incluyeron "Corps et biens" en 1930 y "Le sans cou" en 1934. En la segunda guerra mundial se alistó en el ejército francés, regresó a París durante la ocupación alemana y bajo seudónimos como Lucien Gallois y Pierre Andier, publicó una serie de ensayos contra los nazis que le valieron su reclusión en varios campos de concentración. Falleció ocho días después de ser liberado por el ejército ruso en junio de 1945.

(Extraído de A media voz)]


Portada de la edición de Cabaret Volatire
(mayo 2007)



Navío de madera de ébano que zarpaste rumbo al polo Norte, la muerte se te presenta en forma de bahía circular y glacial, sin pingüinos ni focas, sin osos. Conozco la agonía de un navío atrapado en la banquisa, conozco el estertor del frío y la muerte faraónica de los exploradores árticos y antárticos, con sus ángeles rojos y verdes y el escorbuto y la piel quemada por el frío. Desde una capital europea, un periódico arrastrado por el viento asciende rápidamente hacia el polo aumentando su tamaño y sus dos hojas son dos grandes alas fúnebres.

Y no olvido los telegramas de pésame, ni la estúpida anécdota de la bandera nacional clavada en el hielo, ni el regreso de los cuerpos sobre armores de artillería.

Estúpida evocación de la vida libre de los desiertos. Ya sean de hielo o de pórfido, en un navío o en un vagón, perdidos entre la gente o en el espacio, esta sentimental imagen del desorden universal no me afecta.

Sus labios hacen brotar lágrimas de mis ojos. Ella está ahí. Su palabra golpea mis sienes con su temible martillear. Imagino sus muslos con espontáneas ganas de andar. Te amo y tú finges ignorarme. Quiero creer que finges ignorarme o más bien no, porque tus gestos están repletos de alusiones. La frase más banal conlleva sobreentendidos conmovedores cuando eres tú quien me dirige la palabra.

¡Me has dicho que estabas triste! ¿Se lo habrías dicho a alguien que te resultara indiferente? Me has dicho la palabra "amor". ¿Cómo no ibas a darte cuenta de mi emoción? ¿Cómo no ibas a querer provocarla?

O si me ignoras es porque está mal impreso este calendario, tú, cuya presencia no me es siquiera necesaria. ¡Tus fotografías en mis paredes y los vivos recuerdos que he guardado en el corazón de mis encuentros contigo sólo juegan un mezquino papel en mi amor! Tú eres, sí tú, grande en mi sueño, siempre estás presente, sola en escena y sin embargo careces de papel.

Rara vez te cruzas en mi camino. Estoy en la edad en que uno empieza a mirarse los delgados dedos, y en que la juventud es tan plena, tan real que no va a tardar en marchitarse. Tus labios hacen brotar lágrimas de mis ojos, te acuestas completamente desnuda en mi cerebro y ya no me atrevo a dormirme.

Y además estoy harto, ya ves, de hablar de ti en voz alta.

* * *

La creación colectiva por René Magritte


Aquí llega el comerciante de esponjas.

Corsaire Sanglot le pregunta con la mirada y éste le revela que su poética carga no le sugiere ideas normales.

No trata de paisajes submarinos ensangrentados por los corales, por los combates de los peces voraces, por las heridas de los náufragos cuya sangre emerge nebulosamente a la superficie, ni una hermosa millonaria que, superviviente de un célebre naufragio y salvada de una insolación gracias a una milagrosa sombrilla, más tarde, al pasar por esos mismos parajes a bordo de un buque, expresará el deseo de nadar en esas aguas transparentes y coloreadas. Se detendrán las máquinas. Cesará el fragor de las turbinas. Las órdenes breves de los oficiales enguantados de negro resonarán un instante, antes de que advenga el silencio. Los pasajeros se acodarán a la borda. La joven millonaria se lanzará al agua apenas vestida con un ligero bañador blanco. Nadará durante media hora sorprendida por no encontrar en las olas el sabor a sal sino el del fósforo. Cuando suba al puente, estará roja, toda roja como una flor magnífica, lo cual tendrá relación con el desastre. Los hombres, enamorados de ella desde que zarparon de un puerto europeo, se volverán frenéticos, y los últimos gavieros, el comandante y los mecánicos también se la comerán con los ojos. El navío reemprenderá la ruta interrumpida un instante, pero todas esas miradas, hasta entonces reducidas a observar el horizontal maridaje del mar y el cielo, se clavarán en la danza del tiránico fantasma rojo. Rojo como las señales de alarma dispuestas a lo largo de las vías férreas, rojo como el incendio de un navío cargado de un explosivo blanco, rojo como el vino. Enseguida se confundirá con las llamas de las lumbres de la maquinaria, con los pliegues de los pabellones que sacuden la extremidad de los mástiles de popa, con los vuelos de los pájaros marinos y de los peces tropicales. Unos icebergs fálicos descenderán por capricho hasta los cálidos mares del sur. Una noche alcanzarán la estela transversal y el fantasma se reflejará en ellos mejor que en un espejo. Un abrazo salvaje detendrá ahí el viaje de largo recorrido.

No, no son historias banales las narradas por las esponjas al comerciante que recorre la calle cercada por gasógenos. Tampoco lo es la historia de aquellos pescadores de tortugas marinas que, en una red, sintieron un día la presencia de un peso inesperado. Recuperada la red con dificultad, descubrieron entre sus mallas un busto antiguo y mutilado y una sirena: una sirena pez hasta la cintura y mujer de la cintura a los pies. Desde aquel día, la existencia se volvió insoportable a bordo de aquel barco. La red sólo pescaba estrellas carnosas y sedosas, medusas transparentes y blandas como bailarinas en tutú recientemente asesinadas, anémonas y algas mágicas. El agua de los depósitos se transformó en finas perlas y los alimentos en flores de los Alpes: edelweiss y clemátides. El hambre torturó a los marineros pero nadie pensó en devolver al mar a la augural criatura que había provocado la hambruna. En la proa ella soñaba sin parecer preocuparle su nueva vida. La tripulación sucumbió en pocos días y el esquife, a merced de las corrientes, sigue aún hoy recorriendo los océanos.