sábado, 11 de agosto de 2012

POSTISMO, LA BRUJERÍA DE LA PALABRA por Jaume Pont


elcultural.es, 27/06/1999

¿Qué fue?

Ante todo, una excepción en el panorama realista y existencial de la poesía española de posguerra, ya que estaba en los antípodas de la poesía garcilasista de los Rosales y Panero y de la desarraigada de Hidalgo y Bousoño. Por su imaginación, por su humor y por su relación, estrechísima, con las vanguardias. Como proclamaba el “Primer anuncio del postismo al mundo”, publicado en la revista “Postismo” en 1945, “es una herencia inmediata e inevitable de los demás movimientos que se han dado en llamar ismos [...] Por eso se llama postismo, es decir, el ismo que viene después de los otros ismos.” Un ismo que no es inventado sino descubierto, como subrayan los buenos postistas, para los que “existe involuntariamente y espontáneamente, va en el aire y fecunda la opinión”.

Reunión de la tribu postista

Más aún. Como proclama el “Segundo manifiesto postista”, “queremos retornar como punto de partida allá donde se interrumpió el cubismo, y llegar a donde los cubistas no pudieron llegar”. Abierto a los hallazgos del inconsciente, que luego eran manipulados por el arte.

Así, Carlos Edmundo de Ory lo definió en 1946 como “la locura inventada”, y Eduardo Chicharro, como “culto del disparate”. Se trataba, en definitiva, de la liquidación de las vanguardias. Otro postista célebre, Gabino-Alejandro Carriedo, lo definía en 1949 como “un estado de ánimo, un modo de ser, un aspecto del arte y de la naturaleza [...] Es la sensación pura explotada científica y conscientemente. Postismo es el regodeo íntimo de los dioses.”

Un regodeo que las autoridades no compartieron. Aunque al principio habían acogido con agrado el nuevo ismo, y Juan Aparicio, entonces director de Prensa, la saludó gritando “¡Viva el Postismo!”, la revista fue prohibida. ¿Las razones? Según Arias Salgado, director general de Información y Turismo, se habían recibido “cartas de obispos y de padres de familia escandalizados”, que tildaban a los filopostistas de homosexuales, comunistas y extravagantes.

Meses después, el órgano del postismo cambiaba de nombre. En abril de 1945 salía el primer número “La Cerbatana”, cuyo dato más inesperado recae en la aparición de un poema de Juan Ramón Jiménez “Una y él”, enviado por Alcaide Sánchez para que dictaminaran la posible relación de la estética con la revista. Los hermanos Nieva, ángel Crespo, Ignacio Aldecoa y muchos otros se unieron al grupo fundacional.

Revista Postismo, nº de enero de 1945

¿Quienes fueron?

Silvano Sernesi 

Nacido en Florencia en 1923, Silvano Sernesi se traslada a Roma para estudiar Derecho. Discípulo de Marinetti “en su última época”, en 1941 conoce a Eduardo Chicharro, y tras el derrocamiento de Musolini en 1943 viaja a Madrid, donde refuerza su amistad con el poeta español, que lo describirá como “escritor, un poco de todo, pero más que nada, chico rico. Su padre lo era”. Tanto que, para que su desocupado hijo trabaje en algo, “cuando se enteró de que se trataba de fundar un ismo” adelanta las cinco mil pesetas con las que se financiaron las dos revistas postistas, “Postismo”, que sale a la calle en enero de 1945, y “La Cerbatana”, que aparece meses más tarde. Sernesi regresa a Italia en 1946, aunque en 1947 aún participa en diversas actividades postistas. Raúl Herrero, “Claudio”, en su esencial Antología de poesía postista (1998), apunta que “noticias recientes sobre él lo sitúan ya jubilado y colaborando en la televisión italiana”.

Eduardo Chicharro

Hijo de un pintor de cámara de Alfonso XIII, Chicharro nace en Madrid en 1905. Ocho años más tarde se traslada a Roma, donde se inicia en la pintura y en la literatura. Tras cumplir el servicio militar en España en 1925, vuelve a Roma pasando por París, donde entra en contacto con el surrealismo y conoce a Gregorio Prieto. En 1937 se casa con la pintora Nanda Papiri, futura musa del postismo, y cuatro años después conoce a Sernesi. Por fin, en 1943 regresa a España y comienza a trabajar como profesor en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela de San Fernando. Y un año más tarde conoce a Carlos Edmundo de Ory en el café Pombo. Nace el postismo. De su poesía apenas se conocían algunos textos publicados en revistas de muy escasa circulación, ya que hasta 1974 no se compiló, con el título de Música celestial y otros poemas. Sigue inédita la mayor parte de su obra narrativa y teatral. Murió en 1964.

Eduardo Chicharro

Carlos Edmundo de Ory

Hijo de Eduardo de Ory, poeta modernista amigo de Rubén Darío y de Juan Ramón Jiménez, Carlos Edmundo de Ory nace en Cádiz en abril de 1923. Abandona sus estudios en la Escuela Náutica al comienzo de la guerra civil y en 1940 escribe sus primeros poemas. Verdadero alma del postismo, publica en 1945 una selección de poemas, Versos de pronto. Su poesía comienza una nueva etapa en 1951, con la publicación del manifiesto introrrealista, en el que reivindica un arte entendido como manifestación de la realidad del hombre. En 1955 se instala en París, donde reside hasta el 67, fecha en la que se traslada a Amiens: desde entonces es Bibliotecario de la Maison de la Cultura. Funda su “Atelier de Poésie Ouverte” (APO). Entre sus obras destacan Los sonetos (1963), Poemas (1969), Música del lobo (1970), Técnica y llanto (1971), Metanoia (1978), Nabla (1982), Nuevos Aerolitos (1985) o Soneto vivo (1988). 

Carlos Edmundo de Ory

Ayer y hoy

En su enclave de la inmediata posguerra española, el postismo (“el último/el que va después de los ismos”) -fundado en Madrid, en 1945, por Eduardo Chicharro (ideólogo del grupo), Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi- constituye el primer intento estructurado de sistematizar un movimiento estético-literario de vanguardia con grupo y credo propio; cuatro manifiestos, dos revistas-portavoz (“Postismo” y “La Cerbatana”), praxis agitativa en el plano público y obra artística.

Obviamente, ni las condiciones sociopolíticas ni las urgencias literarias del momento le eran favorables, lo que le valió de inmediato ser visto con recelo desde posturas ideológicas diversas: unos porque veían en el un movimiento elitista, anacrónico y evasionista; otros, desde posiciones ultramontanas, porque recelaban del fantasma revolucionario de un movimiento que osaba autocalificarse de neosurrealista. “Alea jacta est”. Como dijera Chicharro con proverbial ironía: “Era imposible un movimiento dentro del Movimiento”.

El postismo duró poco (1945-1950), pero su sueño -el sueño de la imaginación creadora- se proyectó más allá de su enclave histórico. En la obra de sus más firmes valedores, postistas o filopostistas, subsistió y subsiste: E. Chicharro, C. E. de Ory, S. Sernesi, F. Nieva, N. Papiri, I. Aldecoa, á. Crespo, G. Prieto, F. Casanova de Ayala, G.A. Carriedo, A. Fernández Molina, F. Arrabal, G. Fuertes... La poesía con Chicharro y Ory en su centro, fue su columna vertebral. En los años cincuenta, revistas poéticas como “El pájaro de paja”, “Deucalión” Y “Doña Endrina”, de la mano de Carriedo, Crespo y Fernández Molina, alentarán en sus páginas el legado postista. Y lo mismo cabe decir del primer teatro de Fernando Arrabal (Pic-nic, El cementerio de automóvil...) o, más claramente aun, del “Teatro furioso”, el “Teatro de farsa y calamidad” y el “Teatro de crónica y estampa” de Francisco Nieva, el exponente mayor de asimilación directa e indirecta de las tesis postistas en el campo teatral: estampas carnavalescas, irracionalidad que sublima críticamente lo grotesco, simbiosis plástica de las diversas artes, humor desenfadado y, de modo relevante, una funcionalidad teatral de la palabra que potencia las tres claves mágicas tantas veces aireadas por Chicharro, Ory y Sernesi en sus manifiestos: el absurdo, la locura y el disparate. Lo cierto es que el postismo se mantuvo atento a todas aquellas estrategias españolas de renovación que le fueran compatibles, manteniendo contactos con el grupo de artistas plásticos de la escuela madrileña, con “El paso” (Saura, Millares), con “Los Nuevos Prehistóricos” de Mathias Goeritz, con artistas como Benjamín Palencia, José Caballero, así como con el “Dau al Set” catalán a través de Juan Eduardo Cirlot y Modest Cuixart.


Dibujo de Nadia Papiri

La actitud fundacional del postismo se inscribe en el marco de disidencia y confrontación respecto a la poética neoclasicista de la revista "Garcilaso". El planteamiento estético-literario postista se fundaba en la revisión crítica y el correspondiente aggiornamento de las vanguardias históricas: futurismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo y, por encima de todo, el surrealismo. Desde esa actitud revisionista, quedaba claro para los postistas que si la hegemonía conceptual de la práctica artística de las vanguardias había iniciado su declive, no era menos cierto que algunas de sus fórmulas, estrategias y técnicas de representación seguían siendo válidas. Y a ello encaminaron sus esfuerzos. En este sentido, su vinculación a la tradición de la vanguardia adquiere un triple significado: por un lado de continuidad, recuperándola y contextualizándola, a la truncada corriente de las vanguardias española anteriores a la guerra civil; en segundo lugar se constituye en punto de inflexión coetáneo con las nuevas corrientes vanguardistas europeas; y en último término, lo que resulta más significativo, vertebra un movimiento de apertura de la literatura experimental española posterior, reconociéndose su precursoriedad, durante los años 60 y 70, tanto por la poesía experimental (Problemática 63, ZAJ, N.O...) como por los poetas “novísimos”.

Así pues, la poética postista no fue ajena ni a la contemporaneidad de su contexto ni a la relectura de ciertas zonas de nuestra tradición de la ruptura. De ahí la hondura de sus raíces. Es la suya una posición decididamente anticanónica y contrafactual que progresa desde la ingeniosidad verbal del barroco y los pastiches gozosos de las sátiras dieciochescas, pasa por el talante estrambótico, festivo y burlón, de escritores decimonónicos como Ros de Olano y M. de los Santos álvarez, para enlazar con el esperpento de Valle Inclán, la factoría gregueresca de Gómez de la Serna y, ya desde las vanguardias, con el absurdo y el humor surreal de Tono, Mihura, Arniches, Jardiel y los aledaños de revistas como “Bertoldo”, “La ametralladora” y “La codorniz”. Palabra inventada, pues, frente a palabra inventariada. El factor inventivo es su principal divisa, argumentando siempre como revulsivo neológico de un lenguaje dispuesto a poner de relieve su provisionalidad y los difusos límites del mundo que nombra. Del mestizaje de lo culto y de lo bárbaro, de lo sublime y lo grotesco, surge el característico “espíritu de la forma postista”: el juego. Y es a partir del juego -sólo en apariencia intrascendente- cuando la poesía postista abre sus virtualidades más efectivas: el imaginario de las palabras en libertad, el reclamo del azar, el factor sorpresa y la preeminencia de la imagen plástico-musical.

Pero ese juego, como en el barroco, es la misma imagen de Jano. Luces y sombras en revuelto nos acercan a uno de los núcleos distintivos de la estética postista: “lo grotesco” -“Rabelais es uno de los patronos del postismo” (Ory) como representación crítica y emancipadora de la realidad. Desde él, la problemática existencial y el conflicto del ser reverberan en el mismo grado de complicación del lenguaje. Formas y temas tradicionales son reducidos a pura antagonía y, en último término, el foco de visión apela, desde la risa o la contradicción patética, a la instauración del mundo al revés. En esta redimensión estética, que desde el grotesco se arma en el barroco y en las estrategias de las vanguardias que sirven de referentes a la literatura experimental, el postismo alcanza un significado que excede con creces su estricto enclave histórico y se proyecta hacia el porvenir.