domingo, 17 de febrero de 2013

LANGUIDEZ DE ELEFANTE por Arthur Cravan

Arthur Cravan: la vida como obra completa

Letras libres, 09/09 2011

Fabian Avenarius Lloyd, poeta, boxeador, jactancioso ladrón de joyas, embustero, marchante de arte, desertor múltiple, sobrino de Oscar Wilde, leñador australiano, indigente berlinés, campeón semipesado de Francia, retador canadiense en Atenas, exiliado ruso en Nueva York, polizonte, recolector de naranjas en California, exhibicionista, falso irlandés nacido en Laussane, conferenciante, director de una revista de cinco números, bailarín, dandi, profesor de educación física en la Academia Atlética de México, improvisado especialista en arte egipcio, bufón, amante, prestanombres de nadie y de sí mismo una y dos mil veces, sombra incógnita, testigo, personaje menor de un tiempo ahíto de grandes nombres, amigo, desgraciado, bruto... Arthur Cravan es el seudónimo, de los muchos que tuvo –algunos voluntarios, otros fruto de las erratas que siembra el destino–, con el que finalmente se le recuerda.

Hay poetas cuya influencia en la historia de la literatura no depende de lo que escribieron. Arthur Cravan es uno de ellos. Mientras otros agotaban la tinta y las ideas rellenando páginas de elevado exabrupto vanguardista, Cravan convirtió el gesto en su principal estilográfica, el escándalo en su único cuaderno. Fue, y esto es ya un lugar común, el primer poeta punk, delirante y genial en un entorno en el que no era fácil destacar por esos atributos. Se le asocia comúnmente al dadaísmo, pero insultó a Apollinaire, santo patrón de aquellos. Prefirió la iconoclasia incluso frente a los iconoclastas por excelencia. En abril de 1916, apenas dos meses después de que se fundara en Zürich el Cabaret Voltaire, cuna del dadaísmo, Cravan boxeaba en la Monumental de Toros de Barcelona contra el campeón mundial de peso semipesado, Jack Johnson (el mismo, sí, al que Miles Davis dedicó un disco en 1970). No se pude decir que combatiera por el título –su desventaja frente al estadounidense era flagrante e insalvable–, sólo quería ganar dinero suficiente como para embarcarse hacia América, y lo hizo.

En Nueva York se enamoró de Mina Loy, una poeta admirada, entre otros, por Pound, Gertrude Stein y Marianne Moore. Para evitar convertirse en soldado –Estados Unidos comenzó a movilizar a los extranjeros para la Gran Guerra– se disfrazó de soldado y escapó a Canadá. Su plan era volver a Nueva York con los papeles en orden, pero algo se complicó en el camino y tuvo que embarcarse hacia México. Las noticias de su vida en 1917 son confusas, cuando no contradictorias. Se le ubica en diciembre en la frontera de Texas. Una versión lo hace cruzar a nado el Río Bravo, de Estados Unidos a México. Los planes que se deducen de sus cartas son también bastante ambiguos: quería ir a Buenos Aires, a Chile, a Monterrey o suicidarse. Lo más probable es que planeara seriamente hacer todas esas cosas al mismo tiempo, y nunca se supo si consiguió hacerlas.

Mina Loy lo alcanza en la ciudad de México en enero de 1918. Se casan al poco tiempo y ella queda embarazada. Cravan nunca llegará a ver a su hija, que nacerá en Londres cuando el poeta ya haya desaparecido en nuestra salvaje patria sin dejar rastro (según unos, ahogado en el Golfo de México cuando trataba de cruzarlo en un velero; asesinado por error en la revuelta revolucionaria, dirán otros).

Maintenant, la revista que Cravan dirigió (y escribió completamente con seudónimos) fue traducida el año pasado, en Argentina, por la editorial Caja Negra. Es una edición facsimilar que incluye también testimonios de distintos personajes sobre Cravan. Por ejemplo: un fragmento del diario de Trotsky en donde el revolucionario ruso narra su viaje en barco hacia Nueva York, trayecto que compartió, accidentalmente, con el poeta-boxeador. El libro vale la pena también por las crónicas del propio Cravan, como aquella en que visita a André Gide y lo incordia con elegancia. Algunos de los apuntes más inconexos de Cravan, reunidos en una sección de “Notas”, son lo mejor de su obra: “Que venga aquel que dice ser parecido a mí que le escupo en la jeta”; “Lo desprecio: no cambió de peso en diez años”; “Hay que poner, una vez al año, el futuro en juego”. Su crítica de arte no carece de la misma gracia, aunque es más bien conservadora y casi todo, en el Salón de los Independientes de 1914, le parece “impostura”, adjetivo que utiliza con inocencia y que en general me desespera.

En México, que yo sepa, la suerte editorial de Cravan ha sido más bien escasa, a pesar de que fue un ilustre visitante y de que murió en este país, presumiblemente. La revista culichi Textos (núm. 9/10) publicó una selección de sus cartas a Mina Loy, precedidas por una semblanza biográfica, de Ricardo Echávarri, en la que se describen las mismas hazañas que siempre se repiten cuando se habla de él y que yo he glosado aquí someramente, pues es imposible no quedar fascinado, antes que con la obra, con el listado de insensateces que adornan la vida ya hecha mito de Cravan. Sus obras completas (reeditadas en Francia por Éditions Ivrea en 2009), por eso mismo, tienen apenas unas pocas páginas de poemas tempranos, los cinco escuetos números de la revista Maintenant, los “ejercicios poéticos” y las notas inconexas a las que hice antes referencia, y luego un montón de testimonios, entrevistas, cartas, documentos y crónicas de boxeo, que en realidad conforman el grueso del volumen.

Cravan es un ejemplo de autor con más poética que obra. No era exactamente un vanguardista: su esplín acentuado, su desesperación de vagabundo, su admiración, antes que por las obras de sus contemporáneos, por una idea de la literatura que entraba en una crisis de la que no saldría ya nunca, lo convierten en un personaje fuera de tiempo, incómodo entre Duchamp y Picabia (que lo aborrecieron al final de su estancia neoyorquina) pero incapaz de encontrarse a gusto en otro lado, como no fuera junto a Mina (otra nostálgica que flirteó con el futurismo) o corriendo cada mañana por el bosque de Chapultepec antes de su entrenamiento.]



Yo era grandioso entonces, ¡querido Mississipi!
Desprecié a los poetas, gasterópodo amargo,
Me fui, ¡mas cuánto amor en las estaciones y deporte en el mar! 
¡Récord! Tenía seis años (¡aurora de los vientres y frescor  del pipí!) 
Y esta mañana a las diez horas y diez minutos el rápido 
Que flotando en raíles cruzaba trenes límpidos
Y me tiraba al aire, tobogán chapuzón. 
A cien por hora íbamos y a pesar del rumor, 
Con su encanto el periódico embriaga al fumador. 
Y aunque así el expreso se hubiera  lanzado,
Entrenador que imanta albatros y palomas,
Con ese ritmo loco me había mecido el tren. 
Mis ideas se doraban, era soberbio el trigo, 
Pacían los herbívoros en pillos prados verdes,
Loco por boxear le sonreía a la hierba.

Arthur Cravan, boxeando en España en 1916

viernes, 15 de febrero de 2013

CARTA CERRADA por Gérard Legrand

[Poeta, ensayista y crítico de cine francés, Gérard Legrand nació en París en 1927. En 1948 conoció a Breton y desde entonces participó en el movimiento surrealista. Colaboró muy activamente en  las revista surrealistas "Medium" y en "Le Surréalisme, méme". En 1958 fundó la revista "Bief", de la que fue director. En 1960 firmó el manifiesto de los 121c contra la guerra colonialista mantenida por Francia en Argelia.  También Colaboró con la revista de cine Positif a pàrtir de 1962. entre sus obras destacan Puissances du jazz (Arcanes, París, 1953) y Des pierres de mouvance (Edirions surréalistes, París, 1953). Murió en 1999.

Gérard Legrand, surrealista ignoto.

]


Los pensamientos estelares se deslizan por el río
En el más completo abandono
Uno con cabeza de mujer entre las manos de un hombre
Otro con las manos de un hombre a lo largo de muslos de mujer
El aquietarse nevado del aleteo de un búho
Se incorpora al temblor de las faldas oscuras que se escurren por las ondas de las piedras
El caramillo de los senderos desarrolla su cinta alternada de granza y de luna
Como los nombres de antiquísimos distritos
Los blancos manteles los niños rojos
Donde las damas de yeso que sonríen en la penumbra
Llevan en el cuello un corazón de madera patinada
Más pesado que si hubiera estado latiendo por siglos
Al unísono con el mar


El rumor de las cañas se volverá un día más persistente que nunca
Nunca retendrá la vida en un guante de silencio
Y la fuga del agua que mide el beso de una golondrina
No tendrá más soles que tus ojos
Pero qué quedará de tus ojos
Llena de lágrima llena de gracia
Quedará mi vida sumergida para siempre
Entre el manto de pirata de las selvas
Que tanto quisimos
Y la solemnidad de las arenas donde el rayo
No es sino su reflejo de nácar en mi cerebro
Cómo no tomaré de la mano sino la sombra más clara
Siempre aquella única que vendrá


En esta estación en que las libélulas van en parejas como saetas de luz
Una es el relámpago (toda una vida) de la razón
Finalmente ocupada en los verdaderos problemas
La otra su contrapeso totalmente rubio el amor
Desembocaré en la playa esencial
Conoceré el espacio cedido por el viento al esplendor de las anémonas
Que envuelve mi corazón
Como espuma que rodea los despojos muy lejos en el mar
Un río con el que sueño
Los pensamientos estelares flotan en ese río
Entre mil jaulas de hierba en las que el fuego canta y gira sobre sí mismo
De arena color de humo
A arena color de medias de mujer a arena color de carne
Mi sombra poseerá en conjunto una eternidad roja como el topo de la tempestad
La eternidad
Y esta brisa entre los sauces color de víbora y de espera
Donde la cólera de mis sienes descubrió su nombre


De Des pierres de mouvance

Eine kleine Nachtmusik (1943) de Dorothea Tanning

lunes, 11 de febrero de 2013

LA VIOLENCIA (fragmento) por Enrique Gómez-Correa

[Biografía de Enrique Gómez-Correa, aquí]

El tusílago solo crece en los ojos de las mujeres que saben llevar con gracia los cabellos sueltos al viento. Es el viento el único punto punto cardinal que no podremos seguir. Los adversarios se preparan para el asalto del velero cargado de topacios. No hay un pirata que tenga su par de ojos intactos. La misma bandera, inmóvil, confundida con la bruma. A veces, es difícil, distinguir esta bandera de un espejo. De fijar tanto la vista en ella se llega a la convicción que refleja nuestras propia cabeza, sostenida por los huesos cruzados. Pero, ¿es que hay algún hombre seguro de que yo no este hoy, en esta misma noche, en el golfo de Guinea? ¿Qué sacáis con preguntar mi nombre y confrontar mis huellas digitales?

Sin embargo, se pasa impasible, a menos que se reniegue. Los pantanos empiezan por absorber los antílopes y las golondrinas. Las huellas pueden llegar a comprometernos. En el jardín las manchas de sangre son imborrables. Crimen simulado, sin calcinación. Todas las tinieblas se han ordenado en fila, alrededor del falso criminal. Es también una complicidad simulada. Finalmente, el cadáver pierde la paciencia y se lanza a las arenas movedizas. El crimen ha sido casi perfecto.

Óleo de Jacek Yerka