martes, 29 de abril de 2014

LA LANGOSTA ARTRÍTICA por Gisele Prassinos

[Nació en Estambul el 26 de febrero de 1920, de origen griego. Descubierta por Breton a los 14 años ("Comencé a escribir a los 14 años, dice, por el placer de utilizar papel de cartas nuevo"), a esa edad aparecen sus primeros poemas en la revista "Minotaure" y en "Documents 34". A los 15 años publica su primer libro y a los 18 años ya había publicado ocho libros de textos y poemas. Breton en su antología del humor negro dice de ella: "Su tono es único, todos los poetas se vuelven celosos ante ella. Swift baja los ojos y Sade cierra su bombonera". Eluard la definió así: "Tiene la moral de los niños poetas: moral de disociación, de negación, de supresión, de revuelta".

Se casó con Pierre Fridas en 1949 y con él tradujo la obra de Nikos Kazantzakis.

(Extraído de la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini)]

La niña-poeta asombrando a sus mayores


Busqué por todas partes un lugar de reposo
             por qué no
sin siquiera atrapar un aro en la piel
             cierto que no
encontré un riel con alquitrán
             hay que decirlo
mi flor perdió su primer capullo
             pero en broma
pinché a una vaca con un bombón
             porque sí
di que es una blusa de papel marrón
             yo no tengo
Escupí tinta en la sartén
             si mi corazón
mientras saboreaba la goma de borrar
             qué dolor
comí afrecho que tenía sarampión
             sin gritar
cuando tuve la panza llena cargué mi pipa
             tu zapato se soltó

Ilustración de Gisele Prassinos


lunes, 28 de abril de 2014

BABILONIA (fragmento) por René Crevel

[Bibliografía de René Crevel, aquí.]

Crevel, una vida corta pero intensa al servicio de la poesía.

Entonces, qué maravilloso mediodía después de la larga mañana inmóvil. Estás completamente sola frente al espejo. Tus orejas son demasiado bellas para mostrarlas a un tiempo. Sacudes tu cabellera y, con un brusco movimiento, la vuelcas por entero a la derecha. A la izquierda una concha de transparencia rosada yace sobre un lecho de algas llameantes. Rápido, rápido, encamínate al palacio donde no hay más luz que la de la danza y el capricho de los peces detrás de los cristales.

Globos de esperanza, estrellas de locura, zarzas de odio, pompas de arco iris, orquídeas de amor, lianas de traición, gorgoteos de sed, frutos de mar y flores de olas, palomas diáfanas, pájaros en un cielo de agua, qué aurora en el fondo de los mares han pintado esos acróbatas de nácar. En sus mallas, soles desconocidos han dejado rayos tales que, al mirarlos, Cintia, te has vuelto resplandeciente para toda la vida. Deslizaos, anguilas, oh vosotras que venís de las montañas donde erais serpientes para ir a lo más profundo del mar de los Sargazos y enlazaros unas con otras. Hocicos violetas de cantores mudos chocan contra los cristales. El magnífico incendio ilumina el centro de un ónix monstruoso, mientras en el polvo de sus facetas exteriores pequeñísimos monos de una nada total obligan a los burlones a no reírse más y a reconocer en el semblante de las bestias sus angustias orgullosamente humanas. Pero los cinocéfalos y sus puñados de deseos satisfechos no fueron hechos para tu diversión, tú, la que paseas. ¿Y qué podían importarte tampoco sus hermanos gigantes que no conocen más juego que el de metamorfosear en delicadas flores las mondaduras de banana?

En medio del día, en la capital más grande de Europa, sentiste crecer tu fuerza. La hierba es verde, el sol redondo, y más simples que los caminos de los campos son las rutas que atraviesan los jardines botánicos hacia los animales. Tú marchas avergonzada de esta parte del mundo que debe pedir a las otras sus bestias salvajes, las bestias que Europa quiere condenar al olvido de los inmensos gritos desgarradores de la selva. Una jungla de hierro pintarrajeado, con calefacción central, por más que ensaye imitaciones de África, sólo logra un furtivo murmullo de exilio en lugar de la ronca y libre canción. Incienso fétido de las tortugas gigantes, ridícula cólera de los leones, afrenta de los tigres, desprecio de las panteras, coquetería de las cobras demasiado pulidas para ser honestas, sueño fingido de los cocodrilos, Cintia, jamás olvidarás las jaulas y el acuario en medio del césped, pero como ni ese pez excepcionalmente chato, ni ese pulpo, ni ese leopardo deben determinar tu destino, tú abandonas el zoo sin volver la cabeza.

Esa misma tarde a las siete estarás en una capital del otro lado de la Mancha y aceptarás toda una familia a causa de un yerno extraordinariamente hermoso, cuyos ojos te parecen del color mismo del cielo, de un cielo de La Habana que no sería azul sino tabaco. Gracias al regalo del hombre sin rostro esa castaña se transformará gradualmente en metal amarillo. Sea así doblemente elogiado aquel que operando sobre tu virginidad te hizo además el don de una valija de sueños. Viajas con tu paraíso y en cada uno de tus días hay horas de oasis de inmovilidad.

Ahora, he aquí el momento de detenerse. Has andado por las calles de carne. Para la niña que llega a ser mujer tú has hablado. Pero se ha hecho tarde, misteriosa. Eres la que pasa. Es necesario decir adiós. Mañana vuelves a partir hacia tus brumas de origen. En una ciudad, roja y gris, tendrás un cuarto sin color, de paredes de plata, con ventanas abiertas directamente hacia las nubes de las que eres hermana. Habrá que buscar en pleno ciclo la sombra de tu rostro, el ademán de tus dedos.

Separadas las piernas, una ciudad se duerme, desnuda sobre el mar fosforescente.

Ilustración de Max Ernst para Babilonia de Crevel