jueves, 1 de enero de 2015

1ª DELICIA SURREALISTA DE 2015: REVERDY O LA BÚSQUEDA DE LA REALIDAD AUSENTE

Después de las jolgorios y banquetes de las saturnales, el jueves 8 de enero, a las 20:30 horas en La Delicia de Leer (Juan Agapito y Revilla 10 de Valladolid), tendrá lugar la primera Delicia Surrealista de 2015. Y en esta ocasión el piojo eléctrico nos propone repasar la vida y la obra de Pierre Reverdy.


Nacido en Narbona en 1889, Pierre Reverdy se instaló en París en 1910 donde trabó amistad con las figuras más relevantes de los movimientos vanguardistas que se estaban gestando en ese momento: Picasso, Apollinaire, Max Jacob, Matisse, Juan Gris o Braque. En 1917 funda, junto al poeta chileno Vicente Huidobro, Nord-Sud, una revista de inspiración cubista que sin embargo servirá para dar a conocer los primeros textos de Louis Aragon, Philippe Soupault, Paul Éluard, Tristan Tzara y André Breton, entre otros.

Pierre Reverdy aportó una teoría y una praxis de la poesía que hará suya el surrealismo. Para él,

“La imagen es una creación pura del espíritu.

No puede nacer de la comparación sino del acercamiento de dos realidades más o menos distantes.

Mientras más lejanas y justas sean las relaciones de las dos realidades aproximadas, la imagen será más fuerte: tendrá mayor potencia emotiva y mayor realidad poética”

(Pierre Reverdy, “La imagen”, Nord-Sud, nº 13, marzo 1918)



De ahí su reivindicación de la analogía como medio de creación ya que provoca una emoción “poéticamente pura, puesto que nace al margen de toda imitación, de toda evocación, de toda comparación”. Y surge así, la sorpresa, la alegría del encuentro ante algo nuevo.

En su poesía hallamos siempre el deseo de empezar todo de nuevo, de olvidar un lenguaje artificioso y demasiado gastado, para partir con plena libertad desde cero, en una terra ignota en la que podamos “atrapar lo real ausente”, en un universo onírico en el que los objetos más comunes adquieren una dimensión de magia cotidiana, lejos ya de cualquier sentido utilitario y referencial. Y para ello hay que estar en un permanente estado de exploración. Como señala Reverdy: “Lo importante, para el poeta, es conseguir poner en claro lo que en él hay de más desconocido, de más secreto, de más oculto, de más difícil de descubrir, de único”. Quizás por ello se le ha considerado a veces un poeta hermético e incluso metafísico (“soy tan oscuro como el sentimiento”, decía), aunque en absoluto practicó una poesía filosófica.

Sus obras, recogidas en lo sustancial en La mayor parte del tiempo (Plupart du Temps, 1915-1922) y en Mano de obra (Main d’Oeuvre, 1913-1949), se caracterizan por un afán combinatorio de los objetos en una nueva realidad, por la ausencia explícita del yo de la enunciación y por una particular distribución tipográfica del poema en la página, en la que los blancos se relacionan con la expresión de la ausencia y del silencio. Su escritura daba sentido al onirismo y a una estética de la sorpresa, una de las claves esenciales de la poética surrealista.

Sin embargo Pierre Reverdy siempre optó por la búsqueda de la soledad (lo que explica en parte su retiro desde 1926 junto a la abadía de Solesmes, transformado en una suerte de eremita católico hasta su muerte en 1960) y por la libertad expresiva, al margen de cualquier grupo o doctrina artística, aunque su influencia siempre sería decisiva en el surrealismo como reconocía André Breton en 1952:

“Este modo de explicar las cosas no ha perdido para mí nada de su encanto, y me introduce instantáneamente en el centro de esa magia verbal que era, para nosotros, el terreno en el cual operaba Reverdy. Sólo Aloysius Bertrand y Rimbaud fueron tan lejos en este aspecto. Por mi parte, me gustaba, y aún me gusta, esa poesía que efectúa grandes cortes en lo que aureola la vida diaria, ese halo de aprehensiones e indicios que flota alrededor de nuestras impresiones y nuestros actos. Él cortaba allí dentro como al azar: el ritmo que había creado era, aparentemente, su único instrumento, pero este instrumento no le traicionaba nunca; era maravilloso. Reverdy era mucho más teórico que Apollinaire: incluso hubiera sido para nosotros un maestro ideal si se hubiera mostrado menos apasionado en la discusión, más atento a los argumentos que se le planteaban, pero era evidente que esta pasión constituía gran parte de su encanto. Nadie ha meditado ni ha sabido meditar mejor acerca de los medios profundos de la poesía. Después, nada tuvo mayor importancia que sus tesis sobre la imagen poética. No hay tampoco nadie que, ante la prolongada ingratitud de la suerte, haya demostrado una indiferencia más ejemplar” (André Breton, El surrealismo: puntos de vista y manifestaciones, 1952).

Aquí, en La Delicia de Leer, nosotros también recordaremos al solitario Reverdy.


Camino sinuoso

Hay un terrible gris de polvo en el tiempo
Un viento del sur con poderosas alas
Los ecos del agua en la tarde que zozobra
Y en la noche mojada que brotó del torbellino
Voces rigurosas que se quejan
Un sabor de ceniza en la lengua
Un ruido de órganos por los senderos
La nave del corazón que se tambalea
Todos los desastres del oficio
Cuando los fuegos del desierto se apagan uno a uno
Cuando los ojos están empapados como briznas de hierba
Cuando el rocío desliza los pies desnudos sobre las hojas
La mañana apenas nacida
Hay alguien que busca
Una dirección perdida en el camino oculto
Los astros pulidos y las flores que ruedan
Por las ramas quebradas
Y el arroyo oscuro seca sus labios inertes levemente entreabiertos
Cuando el paso del caminante sobre la esfera que cuenta
Ajusta el movimiento y empuja el horizonte
Todos los gritos han pasado todos los tiempos se reencuentran
Y me dirijo al cielo los ojos hacia los rayos
Hay ruido para nada y nombres en mi cabeza
Rostros vivos
Todo lo que le ha ocurrido al mundo
Y esta fiesta
Donde perdí mi tiempo

Pierre Reverdy, Fuentes del viento (1929)