jueves, 29 de septiembre de 2016

EL GRITO DE LAS PERSEIDAS


En el cielo incendiado 
Por las acrobacias elípticas de las aves migratorias
Los vigías de dorados catalejos 
Disparan venablos indoloros al alfabeto ardiente
De las constelaciones nómadas
Y en sus atalayas la noche
Despioja el arpa
Enloquecida del poniente electrificado
Zodíacos vertiginosos
Alambicado Capricornio 
Acuario iluminado por fiestas patronales
Piscis deslizándose por trampolines de salitre 
Y alcohol de contrabando
Más abajo
El mar reposa en calma
Provisionalmente
Los pulpos abrazados a los contramaestres
En las cantinas de la Vía Láctea 
Bridan a la salud del ojo abisal del huracán
Con salmuera galáctica
Los faros cual cinematógrafos clandestinos
Alumbran el cabotaje de los grandes cetáceos
Entre estrellas fugaces
Que pierden un zapatito de nácar
De camino al último baile en el trasatlántico del lujo
Entretanto 
Caballos alados levantan una polvareda fosforescente
En las estepas de una constelación que gira
Como una veleta de fuego secreto que siempre señala al norte


La noche de verano está hecha para pescar peces dorados en el estanque de los haikus


Mil ojos de gato Mil cohetes lanzados bajo la carpa
Del firmamento improvisado
A soplos de saxo
En el que renacen esfinges de polvo cósmico
Mil pájaros nocturnos 
Extraviados en la cabellera de Andrómeda
No consiguen encontrar las puertas giratorias
Que comunican
El silencio perpetuo con la circularidad de la locura
Músicos de verbenas subterráneas
Mendigan por las nebulosas alcoholizadas
En busca de sus dientes de oro
Perdidos al black jack
Meteoritos con monóculo 
Y chistera
Lanzando sus dados por las vertientes de la techumbre
De la Ópera
Desde las gradas basálticas de los anfiteatros de Marte
Una muchedumbre de guantes
De prestidigitador llamando
Al postigo de las noches iluminadas por los sables
De húsares abatidos en choques interestelares
Una cantante de jazz extasiada
En el corredor de la muerte de una prisión infestada de arácnidos
Más allá del cinturón de asteroides
Un espasmo de paquidermo 
Sobre el piano de cola de una funeraria
Que pone sintonía al fin del mundo
Pero mil ojos de pájaro 
Mil flechas disparadas por las lámparas incandescentes
De timbas frecuentadas 
Por maniquíes 
Bajo el emparrado de planetas marfileños en migración hacia el sur


La noche de verano está hecha para que los sonámbulos silben un blues






Zodiaco tatuado en la noche de espuma efímera
Aries pastando en los prados venusianos
Tauro sacrificado en la arena de Júpiter
Cáncer bañándose en leche de burra
Los pieles rojas emboscados en la constelación del Oso
Fabricando flechas envenenadas
Con colas de cometas
Dispararán sin compasión
A la luna sanguínea cuando emerja como una diosa del océano
Géminis pugnando en el útero de la constelación de la Loba
Leo ahogado en la pócima de su vanidad
Escorpio en la cuerda floja del deseo 
Las luciérnagas tejen un vestido de haces de luz
Para Polaris
Que gravita en su trono de alabastro cósmico
Mientras Virgo sustituye su cinturón de castidad
Por el cinturón de asteroides
Las galaxias se peinan mirándose en el  espejo del Mar Negro
Y se empolvan la nariz con cenizas de desiertos radiactivos
Los trópicos abarrotados de guacamayos
Tallados en vetas de esmeralda
Se bañan en luz cegadora de supernova
Batucadas del carnaval de Nueva Orleans rompen los diques
De silencio de una ciudad abandonada apresuradamente
Por una alerta de tsunami
Guerrilleros de sílice toman la residencia de verano
Del Rey Sol
Y derrochan su licor de centellas
Bajo bóvedas de pedrería intergaláctica
Pero ¿de quién ese casco de explorador
De los siete mares de ceniza lunar arrojado a los pies de los caballos
Que corren en el hipódromo de los anillos de Saturno?
Tras la conjunción astral hay un fragor de hogueras caníbales por el este


La noche de verano está hecha para perderse en la cabellera de la hiedra venenosa


Y en esto que arriban las Perseidas 
A costas bañadas por espuma de cerveza
A lomos de potros de pedernal que pegan fuego al firmamento
Libra está sopesando la ausencia de olas en los relojes de arena
Sagitario caza aves fénix con rayos de sol
Pero las Perseidas prosiguen su cabalgata en mitad de la tormenta 
Desatada por la contaminación lumínica
Ni los farolillos de las fiestas patronales ni los candiles
De los pescadores nocturnos de ostras
Eclipsarán esa belleza 
De muñeca de porcelana rescatada de un naufragio interplanetario
Caballistas de pura llama
En lo alto de la melena de una noche que se deshilacha por las buhardillas
En los planetarios el ballet de instrumentos de navegación
Interrumpe su actuación para quitarse sus escafandras
Ante el paso de un cometa
(Un ejemplar descarriado de los rebaños de la ionosfera)
Las lágrimas de todo el santoral
Salen disparadas de apocalípticas girándulas
Y fecundan los campos que llevan a cuestas racimos de mujeres
Que vuelven de tomar un baño nocturno
En la cuenca del ojo tuerto de la luna llena
Esa luna anfibia que emergió del océano como una diosa
De marfil cósmico
Envuelta en corales ánforas y restos de naufragios
Y no hay paraguas para hacer frente al diluvio de nácares
Salpicados de rosas trepadoras
Deslizándose por la seda clandestina de los cines al aire libre
Precipitándose desde campanarios submarinos
Descolgándose por el voltaje de las tormentas estivales
Como un aguacero de prendas íntimas
Sobre un antiguo campo de batalla
Donde aguarda un carruaje de diamante dispuesto a partir hacia el oeste


La noche de verano está hecha para tatuarse una estrella de mar en cada párpado




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miércoles, 21 de septiembre de 2016

O EL POEMA CONTINUO (fragmento) por Herberto Helder

[Ya colgué una breve biografía de Helder aquí pero quiero incluir este artículo/obituario de El País ya que murió el año pasado:

Muere Herberto Helder, ‘el poeta oculto’

Javier Martín
El País, 25/03/2015

Está considerado el mayor poeta portugués de la segunda mitad del siglo XX

Sin ruido, como su vida, este martes falleció el mayor poeta portugués de la segunda mitad del siglo XX. Herberto Helder Luís Bernardes de Oliveira había nacido el 23 de noviembre de 1930 en Funchal (Madeira) y murió en Cascais, alejado de cualquier ruido. Durante toda su vida rechazó premios, entrevistas, fotos y hasta la difusión de sus libros de poemas, de solo una edición.

Su obra, rigurosa, dura y original se extiende durante más de medio siglo. Comenzó en 1958 con O Amor em visita y terminó el pasado junio con A morte sem mestre (La muerte sin maestro), un libro con la portada escrita de su propia mano y reproduciendo un papel rugoso -el mismo con el que él forraba los libros de su biblioteca-. El poemario final incluía un CD con versos declamados por el propio autor. Como en casos anteriores por exigencia del poeta, solo hubo una edición, de unos 5.000 ejemplares. La edad no le restó afán creativo, pues un año antes había publicado Servidores, su obra más autobiográfica, en donde el poeta misántropo da a concoer detalles de su infancia en Madeira, un recordatorio donde la muerte está siempre en la sombra del fiero poeta, antes espantado de la vida y ahora de la muerte. Servidores y Muerte sin maestro rompieron su hábito de publicar poemas cada seis años. Su obra anterior fue en 2008, A faça nao corta o fogo (La navaja no corta el fuego) que, a sus 78 años, significó un revulsivo a la poesía portuguesa de este nuevo siglo... En España, tanto Hiperion como Pages, principalmente, ha difundido su contundente obra.

Pese a comenzar Derecho y Filología en Coimbra, ninguna de las dos carreras terminó; pero en su vida profesional no hubo trabajo que no conociera: cajero de banco, publicista farmacéutico, meteorologista, bibliotecario ambulante, corresponsal de guerra. La dictadura de Salazar no tuvo mucha piedad con él, pues le condenó por participar en la publicación de un libro del Marqués de Sade, le despidió de la radiotelevisión pública y le censuró Apresentaçao do rosto.

En Lisboa, en los años 50, frecuentó el grupo del Café Gelo con ilustres de la época como Mário Cesariny, Luiz Pacheco, António José Forte, João Vieira o Hélder Macedo. En ese ambiente, en 1958, publicó su primer libro, O Amor em Visita.


Hacía muchos años que Helder había renunciado a la exposición pública, ya fueran entrevistas o premios. En 1994 rechazó el galardón más importante, el Premio Fernando Pessoa. “No digan nada a nadie y dén el premio a otro”, aconsejó al jurado. Él quería seguir siendo el “poeta oculto” y escribir en una lengua “al mismo tiempo plana y plena”.

Herberto Helder, uno de los grandes 
experimentadores de la poesía portuguesa.
]


Las mujeres tienen un sombreado rosal
frío esparcido en el vientre.
Un caliente rosal a veces, una planta
de tiniebla.
Sube desde los pies y atraviesa
la carne quebrada.
Nace de los pies, o de la vulva, o del ano -
y se mezcla con las aguas,
con el sueño de la cabeza.
Las mujeres piensan como un impensado rosal
que piensa rosas.
Piensan de espina en espina,
paran de nudo en nudo.
Las mujeres echan hojas, reciben
un orvallo inocente.
Después su boca se abre.
Verano, otoño, la ola dolorosa y ardiente
de las semanas,
pasan por encima. Las mujeres cantan
en su alegría terrena.

¿Qué cantan verdadero?
Cantan.
Son cerradas y dulces, cambian
de color, anuncian la felicidad en medio de la noche,
de los días rutilantes, la gracia.
Con lágrimas, sangre, antiguas sutilezas
y una suavidad amarga -
las mujeres vuelven impura y magnífica
nuestra límpida, estéril
vida masculina.
Porque las mujeres no piensan: abren
rosas tenebrosas,
inundan la inteligencia del poema con su sangre menstrual.
Son altos esos rosales de mujeres,
inclinadas como campanas, como violines, dentro
del sonido.
Dentro de su savia de ceniza brillante.

El pan de avena, las manzanas en el cesto,
el vino frío,
o la candela sobre el silencio.
O mi tarea sobre el tiempo.
O mi espíritu sobre Dios.
Digo: mi vida es para las mujeres vacías,
las mujeres de los campos, los seres
fundamentales
que cantan de casualidad a los siniestros
muros de Dios.
Las mujeres de oficio cantante que a Dios muestran
la boca y el ano
y la mano roja bordada sobre el sexo.

Espero que el amor arrobe mi melancolía.
Y que las flores sazonadas revienten y se pudran
dulcemente en el aire.
Y que la suavidad y la locura se detengan en mí,
y luego el mundo tenga ciudades antiguas
que hagan arder en la tiniebla su inocencia lenta
y sangrienta.
Espero sacar de mí el más veloz
apasionamiento y la inteligencia más pura.
- Porque las mujeres pensarán hojas y hojas
en el campo.
Pensarán en la vida mojada,
en el día brillante lleno de rayos.

Veo que la muerte se inspira en la carne
que la luz martillea levemente.
En esas mujeres inclinadas sobre la frescura
vehemente de la ilusión,
en ellas -envueltas por su rosal de brasas-
veo a los meses que respiran.
A los meses fuertes y pacientes.
Veo a los meses absorbidos por los meses más jóvenes.
Veo a mi pensamiento muriendo en la escarpada
tiniebla de las mujeres.

Y digo: ellas cantan mi vida.
Esas mujeres estranguladas por una belleza
incomparable.
Cantan la alegría de todo, mi
alegría
por dentro del gran dolor masculino.
Esas mujeres hacen feliz y extensa
la muerte de la tierra.
Ellas cantan la eternidad.
Cantan la sangre de una tierra exaltada.


Mujer y rosas de Marc Chagall