miércoles, 21 de septiembre de 2016

O EL POEMA CONTINUO (fragmento) por Herberto Helder

[Ya colgué una breve biografía de Helder aquí pero quiero incluir este artículo/obituario de El País ya que murió el año pasado:

Muere Herberto Helder, ‘el poeta oculto’

Javier Martín
El País, 25/03/2015

Está considerado el mayor poeta portugués de la segunda mitad del siglo XX

Sin ruido, como su vida, este martes falleció el mayor poeta portugués de la segunda mitad del siglo XX. Herberto Helder Luís Bernardes de Oliveira había nacido el 23 de noviembre de 1930 en Funchal (Madeira) y murió en Cascais, alejado de cualquier ruido. Durante toda su vida rechazó premios, entrevistas, fotos y hasta la difusión de sus libros de poemas, de solo una edición.

Su obra, rigurosa, dura y original se extiende durante más de medio siglo. Comenzó en 1958 con O Amor em visita y terminó el pasado junio con A morte sem mestre (La muerte sin maestro), un libro con la portada escrita de su propia mano y reproduciendo un papel rugoso -el mismo con el que él forraba los libros de su biblioteca-. El poemario final incluía un CD con versos declamados por el propio autor. Como en casos anteriores por exigencia del poeta, solo hubo una edición, de unos 5.000 ejemplares. La edad no le restó afán creativo, pues un año antes había publicado Servidores, su obra más autobiográfica, en donde el poeta misántropo da a concoer detalles de su infancia en Madeira, un recordatorio donde la muerte está siempre en la sombra del fiero poeta, antes espantado de la vida y ahora de la muerte. Servidores y Muerte sin maestro rompieron su hábito de publicar poemas cada seis años. Su obra anterior fue en 2008, A faça nao corta o fogo (La navaja no corta el fuego) que, a sus 78 años, significó un revulsivo a la poesía portuguesa de este nuevo siglo... En España, tanto Hiperion como Pages, principalmente, ha difundido su contundente obra.

Pese a comenzar Derecho y Filología en Coimbra, ninguna de las dos carreras terminó; pero en su vida profesional no hubo trabajo que no conociera: cajero de banco, publicista farmacéutico, meteorologista, bibliotecario ambulante, corresponsal de guerra. La dictadura de Salazar no tuvo mucha piedad con él, pues le condenó por participar en la publicación de un libro del Marqués de Sade, le despidió de la radiotelevisión pública y le censuró Apresentaçao do rosto.

En Lisboa, en los años 50, frecuentó el grupo del Café Gelo con ilustres de la época como Mário Cesariny, Luiz Pacheco, António José Forte, João Vieira o Hélder Macedo. En ese ambiente, en 1958, publicó su primer libro, O Amor em Visita.


Hacía muchos años que Helder había renunciado a la exposición pública, ya fueran entrevistas o premios. En 1994 rechazó el galardón más importante, el Premio Fernando Pessoa. “No digan nada a nadie y dén el premio a otro”, aconsejó al jurado. Él quería seguir siendo el “poeta oculto” y escribir en una lengua “al mismo tiempo plana y plena”.

Herberto Helder, uno de los grandes 
experimentadores de la poesía portuguesa.
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Las mujeres tienen un sombreado rosal
frío esparcido en el vientre.
Un caliente rosal a veces, una planta
de tiniebla.
Sube desde los pies y atraviesa
la carne quebrada.
Nace de los pies, o de la vulva, o del ano -
y se mezcla con las aguas,
con el sueño de la cabeza.
Las mujeres piensan como un impensado rosal
que piensa rosas.
Piensan de espina en espina,
paran de nudo en nudo.
Las mujeres echan hojas, reciben
un orvallo inocente.
Después su boca se abre.
Verano, otoño, la ola dolorosa y ardiente
de las semanas,
pasan por encima. Las mujeres cantan
en su alegría terrena.

¿Qué cantan verdadero?
Cantan.
Son cerradas y dulces, cambian
de color, anuncian la felicidad en medio de la noche,
de los días rutilantes, la gracia.
Con lágrimas, sangre, antiguas sutilezas
y una suavidad amarga -
las mujeres vuelven impura y magnífica
nuestra límpida, estéril
vida masculina.
Porque las mujeres no piensan: abren
rosas tenebrosas,
inundan la inteligencia del poema con su sangre menstrual.
Son altos esos rosales de mujeres,
inclinadas como campanas, como violines, dentro
del sonido.
Dentro de su savia de ceniza brillante.

El pan de avena, las manzanas en el cesto,
el vino frío,
o la candela sobre el silencio.
O mi tarea sobre el tiempo.
O mi espíritu sobre Dios.
Digo: mi vida es para las mujeres vacías,
las mujeres de los campos, los seres
fundamentales
que cantan de casualidad a los siniestros
muros de Dios.
Las mujeres de oficio cantante que a Dios muestran
la boca y el ano
y la mano roja bordada sobre el sexo.

Espero que el amor arrobe mi melancolía.
Y que las flores sazonadas revienten y se pudran
dulcemente en el aire.
Y que la suavidad y la locura se detengan en mí,
y luego el mundo tenga ciudades antiguas
que hagan arder en la tiniebla su inocencia lenta
y sangrienta.
Espero sacar de mí el más veloz
apasionamiento y la inteligencia más pura.
- Porque las mujeres pensarán hojas y hojas
en el campo.
Pensarán en la vida mojada,
en el día brillante lleno de rayos.

Veo que la muerte se inspira en la carne
que la luz martillea levemente.
En esas mujeres inclinadas sobre la frescura
vehemente de la ilusión,
en ellas -envueltas por su rosal de brasas-
veo a los meses que respiran.
A los meses fuertes y pacientes.
Veo a los meses absorbidos por los meses más jóvenes.
Veo a mi pensamiento muriendo en la escarpada
tiniebla de las mujeres.

Y digo: ellas cantan mi vida.
Esas mujeres estranguladas por una belleza
incomparable.
Cantan la alegría de todo, mi
alegría
por dentro del gran dolor masculino.
Esas mujeres hacen feliz y extensa
la muerte de la tierra.
Ellas cantan la eternidad.
Cantan la sangre de una tierra exaltada.


Mujer y rosas de Marc Chagall