jueves, 28 de diciembre de 2017

AVISTAMIENTOS DE AVUTARDAS (XIII)




Cuando el invierno llega a las comarcas habitadas por avutardas, mamá avutarda carga a su espalda a sus retoños y baja por las suaves lomas nevadas del páramo como si fuera un trineo. Los polluelos pertrechados con gorros, orejeras y manoplas emiten entonces ese sonido de ingenuo asombro que las grabadoras de los ornitólogos jamás serán capaces de recoger. Algunos pequeños juegan a que son expedicionarios atravesando el círculo polar ártico y mantienen sus ojos tan abiertos como los faros de una costa rocosa y aguzan los oídos por si el crujir de la nieve delatara el avance de algún depredador. Otros se tienden emboscadas que acaban en batallas de bolas de nieve. Mientras, algunos ejemplares adultos patinan en perfecta camaradería en grupos de tres (la avutarda es para las relaciones íntimas bastante más liberal que el ser humano) sobre la superficie helada de los lagos al tiempo que sus picos son enhebrados por un rayo de sinergia amorosa que trepa por el cielo hasta prender fuego a una luna solsticial que se eleva como bujía de estearina sobre el lienzo moteado del llano. 

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