sábado, 6 de enero de 2018

AVISTAMIENTO DE AVUTARDAS (XVI)




Pero ¿qué fue del Dr. Kaufman? Después de escandalizar a la opinión pública negando la existencia de avutardas fue expulsado del seno de la comunidad científica y padeció insufribles presiones de grupos de poder, como el lobby de fabricantes de bragueros o como el de importadores de prótesis oculares. Todo ello le hizo caer en una espiral autodestructiva de depresión, alcohol y drogas. Cuando ya parecía que estaba al límite de su resistencia psicológica y a punto de cortarse las venas tras una ingesta masiva de aspirinas, Kaufman abrió un diario para corroborar antes del momento del fatal desenlace que el mundo seguía siendo un lugar inhabitable cuando apareció la providencial foto: la foto borrosa de, aparentemente,  tres avutardas que se desplazaban sobre la superficie de un lago helado. Fue entonces cuando Kaufman sintió que su suerte empezaba a cambiar. Solo tenía que conseguir volver a salir en los mass media mostrando la dudosa foto y recuperaría su credibilidad como científico. 

El problema es que Kaufman era ahora un apestado y ningún medio se interesaría en sacarle exponiendo sus teorías. Pero el alemán, que era un hombre de recursos, ideó un plan: comparecería en los medios diciendo que la foto estaba borrosa porque simple y llanamente era falsa pues las avutardas se habían extinguido debido a que, y aquí está la sutil argucia del gran ornitólogo caído en desgracia, el cambio climático provocado por los ponzoñosos efluvios de la industrialización de las potencias emergentes (esas satrapías orientales a años luz de la civilizada sociedad occidental) había acabado con el último de los ejemplares de tan bello plumífero. Y, como planeó Kaufman, los medios mordieron el anzuelo, y el científico apareció a altas horas de la madrugaba en un programa de fenómenos paranormales, justo entre la entrevista a dos hermanos siameses travestis abducidos por extraterrestres y la de un testigo ocular de la fugaz aparición del rey del rock and roll, Elvis Presley, décadas después de su presunta muerte, comprando ropa interior para su señora en la sección de lencería de unos conocidos grandes almacenes.


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